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El coste de los errores en Kosovo

Hay razones para la preocupación. El abanico de posibilidades para actuar, tanto a nivel político como militar y humanitario, es ahora muy estrecho. Pero esta limitación es una consecuencia de lo que ha ocurrido en el pasado, de lo hecho y lo no hecho, y especialmente de numerosos errores y de la falta de reacción y actuación. Ahora, por tanto, estamos pagando los errores de estos últimos años (pasividad ante lo sucedido en Bosnia en los primeros años de guerra, falta de visión y previsión sobre los acontecimientos iniciados hace un año en Kosovo, escaso apoyo a la sociedad civil serbia, ausencia de un planteamiento regional para abordar todos los problemas de los Balcanes, dificultades de la Unión Europea para tener una voz única, insuficiente movilización de la opinión pública europea, etcétera). Como personas, como europeos y como ciudadanos, tenemos, por tanto, la obligación de revisar lo que hicimos y lo que dijimos en estos años, y tenemos el deber de exigir a la UE, a la OTAN, a la ONU, a los organismos regionales, a las ONG, a los Gobiernos y a los ciudadanos que hagan lo mismo, porque no puede entenderse ni analizarse el presente sin tener en cuenta este pasado próximo. Es evidente que Milosevic sí lo ha hecho y ha sacado consecuencias de ello. Su confianza reside precisamente en las dudas e indefiniciones de Occidente durante estos últimos años y en la permisividad europea ante hechos de barbarie.La incompetencia política europea para abordar los conflictos balcánicos, la progresiva demonización y el aislamiento a que ha sido sometida la sociedad serbia, y el férreo control de Milosevic sobre los medios de comunicación, han conseguido, paradójicamente, que Milosevic mantuviera su poder y su influencia, que se ha reforzado ahora de forma extraordinaria tras los bombardeos. La opción militar ha excluido de forma definitiva la posibilidad de que a corto plazo se produzcan cambios interiores a favor de la democratización de la República Federal Yugoslava. Inevitablemente, el bombardeo aéreo no puede ser visto sólo como una acción contra las fuerzas militares de Milosevic, sino que afecta a toda la sociedad serbia. En este sentido, es lamentable que en años anteriores se haya apoyado tan poco a las personas y organizaciones que con los años hubieran podido construir una alternativa política y cívica al régimen de Belgrado.

La historia y el propio sentido común nos explican también que las negociaciones forzadas siempre conducen al desastre o al incumplimiento. El acuerdo de Rambouillet nació muerto al redactarse un capítulo 7 sobre el que se sabía que una de las partes no podía aceptar. La OTAN podía tener muchas razones para amenazar a Belgrado en los meses anteriores, pero eso ya le imposibilitaba para luego exigir su despliegue e imponer condiciones que afectan a todo el territorio de la R. F. de Yugoslavia. Después de los bombardeos, evidentemente, la OTAN no puede jugar ya la carta de avaladora y verificadora de un futuro acuerdo de alto el fuego. El Acuerdo Interino de Paz y Autogobierno, de 23 de febrero de 1999, tendrá que redactarse de nuevo para realzar el papel de la OSCE y quizá de la ONU, y en unos términos que permitan algo parecido a lo propuesto por Primakov y el Vaticano, que en estos momentos parecen las únicas instancias con capacidad para dar algo de juego a la diplomacia. Es importante, además, que Rusia pueda tener un protagonismo en el logro de los consensos que conduzcan a un acuerdo mínimo. Le conviene a ella, a la OTAN y a toda Europa. En último extremo, es oportuno recordar que la paz sólo es posible si las partes acceden a un diálogo. Éste es el difícil reto que plantea el callejón sin salida actual. No obstante, faltaría probar algo más, como la movilización de un "peace team" internacional ante el mismo Milosevic y el Cuartel General de la OTAN, esto es, la presión personal y la capacidad de convencimiento que podrían ejercer aquellas personalidades que a nivel mundial todavía gozan de autoridad moral, como Nelson Mandela, Rigoberta Menchú o Federico Mayor; o algo que desgraciadamente parece imposible: un paro absoluto en toda Europa en favor de una solución pacífica. La sociedad serbia no podría ser insensible a una invitación pacífica de cien millones de personas que reclamasen su concurso para el logro de una salida.

Esta revisión y autocrítica quizá no sirva para solucionar el problema de Kosovo ni para despejar nuestras dudas, pero quizá sea útil para mejorar nuestras actuaciones ante futuras crisis. Detectar y entender lo que no funciona o es insuficiente (a nivel de políticas, de estructuras, de comportamientos sociales, de organismos, de mecanismos legales, etcétera), forma parte de nuestro trabajo pendiente. No aprender las lecciones de cada crisis y de cada guerra es lo peor que nos puede suceder, porque impide hacer las correcciones necesarias. Lamentablemente, en estos días en que los noticiarios hablan de una escalada del conflicto y de una posible vuelta a la guerra fría, las televisiones no cambian sus programaciones para alentar un debate y una reflexión pública sobre lo que sucede y lo que podría hacerse. Viene una guerra, pero nos vamos de vacaciones. Se ha castrado la creatividad y el sentido de responsabilidad.

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En el día de hoy es conveniente recordar que la guerra y la opción militar es siempre la peor alternativa ante un conflicto. La guerra sólo puede considerarse legítima cuando previamente se han intentado y agotado completamente todas las otras posibilidades políticas, diplomáticas y sociales, y cuando el precio de no hacer nada es superior al inevitable coste que conlleva toda guerra. Por ello, debemos preguntarnos, y de forma colectiva, si realmente se ha hecho todo lo posible, y si se ha hecho bien y con inteligencia. Hay dudas fundadas de que haya sido así en el caso de Kosovo, lo cual resta legitimidad a la actual intervención militar. Y en el caso de que fuera ahora la única opción posible al no haberse hecho correctamente lo que podía hacerse, cabe preguntarse quiénes son los responsables de este fracaso, porque ir a la guerra siempre implica haber fracasado anteriormente en la política que ha gestionado la crisis.

Como ciudadanos de a pie, nos encontramos así ante dilemas de muy difícil respuesta, como el de si es oportuno enviar tropas terrestres a Kosovo, puesto que son decisiones que pertenecen a una lógica que no hemos creado y sobre la que tampoco hemos participado. Pero la respuesta a la duda no debe ser la inhibición. Nuestra misión como ciudadanos, en todo caso, es plantear el contexto, incluido su pasado, y señalar un futuro deseado que esté repleto de conceptos, valores y normativas sobre derechos humanos, prevención de conflictos, derecho humanitario, desarrollo sostenible y desarme. No tenemos a mano la solución concreta a la crisis, pero podemos tener una opinión sobre cómo han de ser los procesos que nos aproximen a la paz, en Kosovo y en otras partes.

Podemos y debemos interpelar a la opinión pública, especialmente a la ciudadanía europea, para que no sea pasiva y para que no se resigne ante la vía militar (no resignarse no quiere decir estar en contra, sino no aceptar esta vía como primera o única opción). Debemos recordar que en la larga crisis de Bosnia y durante el brutal asedio a Sarajevo, ninguna ciudad y ningún país europeo se paralizó ni un solo día entero en señal de protesta. Sólo el fútbol parece ser capaz de movilizar y paralizar a los países. Este "déficit moral social" debe cambiar si en el futuro la sociedad quiere ser un actor con un peso equivalente al de las armas y convertirse en una fuerza de presión alternativa a la vía militar. Así, pues, la guerra actual no es sólo un fracaso de los políticos, sino de toda la sociedad. Somos corresponsables de cuanto ocurre y de nuestra propia parálisis y perplejidad.

Kosovo, con su prólogo en Bosnia y en Croacia, es también un ejemplo de que normalmente se necesitan aproximaciones regionales para abordar muchos conflictos locales. Los Balcanes son una muestra de ello, y sería bueno recordar esta necesidad, máxime cuando ya se han producido tantos movimientos de refugiados que implican y salpican muy directamente a muchos países de la zona. Como ciudadanos compasivos, ahora nos preocupa especialmente la imposibilidad de acceder a las víctimas y de prestarles asistencia. Éste es un derecho en el que creemos, y que debería estar por encima de cualquier consideración geopolítica. Por tanto, debemos exigir en todo momento y en cualquier circunstancia el derecho a acceder a las víctimas, aunque es evidente que no podemos limitarnos exclusivamente a esta exigencia, por prioritaria que sea, pues no debemos olvidar nunca la contextualización del conflicto, sus orígenes y su dinámica, porque, de una forma u otra, deberemos buscar maneras de intervenir e influir sobre todo ello, desde nuestro nivel y posibilidades.

El derecho de asistencia tiene que ver también con el desarrollo de mecanismos de investigación y con el buen funcionamiento de los tribunales internacionales, pues la impunidad de los asesinos y los genocidas es el combustible que alimenta la planificación de nuevas masacres. Tanto la OSCE como el Alto Comisionado de Derechos Humanos son todavía instituciones débiles para llevar a cabo este cometido. Reforzar sus capacidades legales, económicas y de recursos humanos es fundamental. Los Balcanes, finalmente, son también un recordatorio del potencial explosivo vinculado a la manipulación de lo simbólico o al desprecio o ignorancia sobre las reclamaciones de autonomía de muchas sociedades, así como de la dificultad de gestionar los derechos de las minorías y de garantizar el normal desarrollo de las identidades de los pueblos. Lo que ocurre en Kosovo, finalmente, es un aviso más de lo estúpido que resulta no atender a tiempo las demandas expresadas con medios no violentos, con lo que sin querer se invita a la gente a expresarse finalmente de forma violenta para luego tener la posibilidad de ser escuchada cuando las cosas se han puesto feas y, quizá, ya sin remedio. La tardanza en solucionar en términos políticos el problema kurdo es también un aviso en esta dirección.

Tener dudas sobre si hay que intervenir militarmente en Kosovo, en definitiva, no es el único dilema que hemos de tener los ciudadanos preocupados por cuanto sucede en los Balcanes. El problema tiene una dimensión mayor y trasciende a lo que ocurre en el día de hoy y a lo que decida la OTAN esta mañana. Creo que sólo siendo capaces de superar este desconcierto sobre lo que harán los demás y teniendo más confianza en lo que podemos hacer nosotros mismos, organizados y de forma sostenida, seremos también capaces de contribuir a la búsqueda de soluciones a este drama y a los conflictos del futuro.

Vicenç Fisas es titular de la Cátedra Unesco sobre Paz y Derechos Humanos de la UAB.

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