Capirotes, cucuruchos
JUVENAL SOTO Los dioses verdaderos son únicos, y la mayoría de los seres humanos aspira a permanecer con su único dios, llámese como se llame, tras haber pasado una temporada en este mundo de vivos. Él te pone aquí a prueba, y, si tú le respondes convenientemente, es posible que te recompense con su compañía por el resto de la eternidad. Algunos seres humanos dedican parte de su eternidad a adorar a su dios único paseándolo por las calles durante una semana que llaman santa. En esa época muchos hombres y mujeres de Andalucía adoran a su dios, y lo revisten de oro y piedras preciosas, y andan tras él con bandas de música, y le cantan y le bailan, en tanto que otros seres humanos venden tejeringos y vino y chocolate para saciar el hambre y la sed de los bailarines y de los cantantes y de los músicos y de cuantos asisten al espectáculo. Los que llaman nazarenos lucen túnicas de distintos colores -su dios es único, pero me cuentan que son varios los modos y tintes de ejercer la divinidad- y van tras su dios vestidos con ellas, apoyados en báculos de plata y tapándose las cabezas con largos conos que aquí, en Andalucía, se conocen con los nombres de capirotes y cucuruchos. Si las dimensiones del cono son excesivas y el destino de su circunferencia es arropar la cabeza de los nazarenos dirigiendo su punta al cielo, es capirote. Pero si se utiliza invertido, sus dimensiones se ajustan a la mano humana y su destino es contener bolas de helado, es cucurucho. Lo paradójico, en el caso de los nazarenos andaluces, es que tanto capirote como cucurucho son los nombres que indistintamente significan esos conos que tapan sus cabezas. Agrupados según los colores de sus túnicas, los nazarenos se anticipan al paseo de su dios haciendo sonar campanillas y portando estandartes. Después viene él -es mejor escribir su imagen- clavado en dos palos con forma de cruz, o llevando sobre sus hombros los dos palos en los que más tarde será clavado. Preside un catafalco que arrastran sus partidarios y va seguido por más seres humanos que le piden a él todo lo que ellos no pudieron conseguir con su esfuerzo. Finalmente, la figura de una mujer -jamás pude adivinar siquiera sus formas de hembra-, que es virgen pero madre de ese dios, persigue al todopoderoso que ya está crucificado, o a punto de serlo. A veces esta comitiva se alegra aún más con la escolta de unos soldados que cantan himnos a la muerte. Y a veces, algunos políticos y algunos curas acompañan al cortejo saludando a sus amigos, o evitando a quienes les increpan. Mi padre, hace años, quiso que le acompañase a ver uno de estos espectáculos. Mi padre creía en su dios, pero su dios, como mi padre, era único y de Asturias. De vuelta a casa esperé la explicación que mi padre nunca quiso darme. Mi padre ya ha muerto, pero amigos suyos que le sobreviven me dicen que tenga paciencia, que algún día mi asombro será fervor. Lo sé: Dios es único y muchos. Y los nazarenos cubren sus cabezas con un solo cono que son dos: capirotes y cucuruchos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.