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Entrevista:DESVÁN DE OFICIOSLINOTIPISTA

"La linotipia y yo somos pareja de hecho"

Francisco González Galve regenta uno de los últimos talleres donde se componen textos con líneas de plomo

Las artes gráficas tienen su cueva de Altamira. Está en la Puerta del Ángel, en un pequeño local y forrado con imágenes nevadas del Himalaya. Allí se alberga un mamut que ya marca la prehistoria de las técnicas de impresión. Es una linotipia, negra, enorme y cadenciosa. Su dueño, Francisco González Galve, se siente "un ser antediluviano", pero aún logra ganarse la vida con ella. Con dificultad creciente, eso sí.El hombre sabe que es rara avis: en los últimos veinte años, las linotipias han desaparecido de las imprentas, empujadas por las nuevas tecnologías de composición de textos. Su final, tras un siglo al servicio del conocimiento, ha sido poco heroico. "La mayoría ha acabado en los almacenes de chatarra, porque nadie las quiere y abultan mucho", explica Galve. Alguna se ha salvado para poner un ápice de romanticismo en el vestíbulo de un periódico. Allí permanece lustrosa e inútil: un objeto decorativo que sólo atiza la morriña de los trabajadores más veteranos del diario.

Según Francisco, el exterminio ha sido rápido: "Hace 18 años, cuando yo me instalé por mi cuenta, es fácil que hubiera cien empresas de linotipia en la ciudad. Ahora sólo quedamos dos". La desaparición de las máquinas ha obligado al reciclaje laboral de los linotipistas, un oficio de gente ilustrada.

-¿Para qué se emplea la linotipia a finales del siglo XX?

-Para hacer remendería, o sea encargos de tamaño y tirada reducidos, como recibos o tarjetas de visita. Luego se imprimen en tipografía. Las imprentas me encargan los moldes, porque este sistema es más rápido que la composición a mano de los textos y sale más barato; es competitivo.

-Antes las máquinas como la suya se encargaban de los grandes trabajos.

-Sí, con ellas se hacían los libros, los periódicos, las revistas... todo lo importante. Ahora es justo al revés, porque predomina la composición de textos por ordenador. Después se imprimen en una lámina de plástico, el polímero, que servirá de plancha para la impresión en offset.

Galve habla con nostalgia de los tiempos en que compuso casi al completo los Episodios Nacionales, de Benito Pérez Galdós. Miles de páginas de plomo han salido de sus manos desde que, a los 14 años, entró de aprendiz en un primer taller. Ahora, a punto de cumplir los 50, el linotipista añora componer textos más interesantes que los listados de nombres que tiene sobre el teclado. Pero bienvenidos sean, "porque el trabajo escasea".

Francisco se pone manos a la obra en su Linotype británica de 1978, casi de las últimas que se fabricaron. La barra de plomo se funde lentamente en el crisol mientras el hombre teclea los textos que se convertirán en líneas metálicas a un ritmo de siete por minuto. El gigante negro emite un ruido agradable, casi humano. "Es un sonido mecánico", aclara. "De todas formas es cierto que la linotipia es bastante humana, porque sus partes llevan nombres como costillas, brazo, riñón, quijadas, boca...", detalla Galve mientras las limaduras sobrantes caen junto a sus pies.

La humanidad no ha evitado la sentencia de muerte a la máquina que inventó en Estados Unidos el relojero alemán Ottmar Mergenthaler, en 1884. De todas formas, Galve le promete fidelidad de por vida. "Considero un privilegio trabajar en lo que me gusta y soy un enamorado de la linotipia. Somos pareja de hecho", bromea. "Quizá sigo con ella porque estoy soltero y me apaño con lo que gano", concede un instante después.

Los ingresos que proporciona el gigante negro permiten a Galve costearse su otra pasión: la montaña, que incluye caminatas por el Tíbet y escaladas en las cumbres del Himalaya. La foto del linotipista ante el pico K-2 (más de 8.000 metros de altura) preside su taller, en la calle Pedro Fernández Labrada, 5. "En la montaña cargo las pilas", dice.

El aire puro le sirve de conjuro contra las enfermedades de su profesión. "Lo peor son los cólicos saturninos. Se producen cuando se echan al crisol líneas de plomo entintadas". El saturnismo, mal crónico producido por la intoxicación ocasionada por las sales del plomo, ha sido el gran enemigo de los tipógrafos, obligados a ingerir grandes cantidades de leche para prevenir la dolencia. "Yo bebo mucha, pero porque me gusta. De todas formas, nunca he tenido problemas por culpa del plomo" apunta Gálve.

La Lynotipe, que acepta sin desdoro respuestos ajenos como las correas de camión o de máquina de coser, aún desconoce que la fidelidad de su dueño tiene límites obligados: al otro lado del tabique yace el enemigo. Galve se ha comprado un ordenador, por si vienen peor dadas para la tipografía y hay que componer para offset. Un amor de conveniencia.

De vez en cuando, el linotipista abandona a su leal compañera para caer en brazos de la rival, más joven y discreta. "No me gusta la informática, porque no sé por qué el ordenador hace tal o cual cosa. Con la linotipia siempre lo sé" confiesa el hombre. En el Altamira de las artes gráficas, la machina sapiens asoma la patita bajo la puerta.

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