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El candidato

J. J. PÉREZ BENLLOCH Conmovedor, realmente conmovedor me ha parecido el gesto del ex ministro Antoni Asunción ofreciéndose para asumir la candidatura a la Generalitat y aunar al descompuesto PSPV. "No es hora de mirarse el ombligo", ha dicho al ser requerido para tan azarosa empresa. Lástima que para propiciar esta exhibición de coraje y disponibilidad haya tenido que contribuir antes a provocar un escándalo tan sonado, con el corolario conocido de muertos y lisiados políticos. Es el método de Don Vito Corleone: una buena tunda al competidor y se acaba con la competencia. Con la del competidor -digo de Joan Romero- y, por el momento, cualquier otra. Después de la sacudida que ha supuesto este descabezamiento no es probable que las distintas facciones del partido tengan alientos para coartar las decisiones del candidato. Libre de trabas, ajustará las listas a su imagen y semejanza, otorgando la parte correspondiente a su socio provisional, Ciprià Ciscar, otro que tampoco tiene propensión a mirarse el ombligo. Y mucho menos se lo ha mirado a lo largo de este proceso agónico en el que todos los trances se han concatenado siguiendo aparentemente las pautas de un portentoso maquinador, gran maestro de la mansa espera: él mismo. Otra ventaja de este relevo, y no pequeña, es que se acabó con la coña de la renovación. Vuelve la fiel y vieja infantería, el macizo de la militancia más temible por sus hazañas burocráticas y que a punto estuvo de ser archivado por aquella fronda de una noche de verano que fue el Movimiento por el Cambio. Quien lo inspiró ha sido, asimismo y paradójicamente, copartero del Frente por el Recambio que ha terminado restaurando al PSPV en su sitio, por más que la presidenta de la gestora declare que el proyecto continúa, sólo varía su careto. Para cara, la suya. La liquidación del romerismo conlleva lógicamente la del discurso político que comenzaba a alumbrarse y a calar. Minucias, sin duda. Lerma gobernó un cuévano de años sin largar una sola idea nueva o ilusionante. Lo importante es que ya se tiene candidato y, por fuerza o gusto, a las familias apiñadas en torno suyo. Romero y el delirante comité nacional del sábado pasado son un recuerdo desleído al que Benito Sanz, cronista oficioso del PSPV, le dedicará cuatro líneas en la historia interminable que a diario teje. La emergencia de Carmen Alborch como alternativa tan sólo es un corolario de la "alborchmanía" que late en el partido, secuela del desvalimiento en que se encuentra. Carmen es la "deus ex machina", el prodigio ensoñado para enmendar los yerros cometidos. Pero la dama no tiene nada que ganar en este tránsito hacia la anunciada derrota electoral, y menos aún puede entusiasmarle instalarse en el vórtice del fuego cruzado que se avecina entre los dos capos citados, legatarios únicos del poder socialista valenciano: Ciprià y Asunción, al fin solos. Porque ésa y no otra será la batalla de todas las batallas que lastrará al PSPV hasta los comicios del 2003. Lo que ha sucedido y lo que acontecerá es un trasunto de este ajuste de cuentas pendiente, de esta disputa por la primacía que se viene dirimiendo y sin cuyo desenlace con la rendición final de una de las partes no se podrá pensar en la renovación o imaginar el futuro del partido. Romero intentó evitar esta brega fratricida y cayó en el intento.

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