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En guerra

JULIO SEOANE Los que nacimos inmediatamente después de la última Guerra Mundial hemos vivido con la esperanza de terminar nuestros días sin conocer un estado de guerra. Puro formalismo, por supuesto, porque la masacre tiene mil formas y la mayor parte sin declaración explícita. Pero teníamos el firme propósito de seguir hablando de lo que no experimentamos directamente, la única manera inteligente de perseguir el conocimiento. Estamos al final de nuestras esperanzas, porque de nuevo hay estado de guerra en Europa. Desde Valencia, siempre podemos recurrir al viejo argumento de que lo que ocurre son cosas de Madrid o, si se prefiere ahora, de Washington y continuar impasibles así hasta el final de nuestra pequeña historia. Pero resulta duro volver a la guerra después de haber renunciado a las grandes justificaciones, después de abandonar la teoría de los bloques militares, de desertar de las ideologías, de eliminar casi por completo la noción de estado, de despreciar la retórica y la narrativa. Todas estas renuncias estaban encaminadas a conseguir una buena calidad de vida, una tranquila calidad de conciencia y un abandono blando de la violencia institucional. Si volvemos a la guerra, necesitamos también volver a la justificación. Las ciencias sociales en general, y la psicología en particular, han conseguido muy pocas cosas en el ámbito del conocimiento; por eso se están transformando en una actitud hacia los demás, en una pose de misericordia y amor al prójimo. Desgraciadamente, acertaron en dos cosas que han demostrado en abundancia; en primer lugar, que cualquier hombre, puesto en las circunstancias adecuadas, se puede convertir en el peor de los criminales como está ocurriendo ahora mismo en Yugoslavia. Y, en segundo lugar, que la inteligencia, la cultura y el desarrollo científico se ponen con frecuencia al servicio de la masacre, como lo demuestra la complicada maquinaria de guerra que se está desplegando en la actualidad. Según algunos, esta es la auténtica crisis de la conducta humana. Y es justo la crisis que no deseábamos experimentar personalmente. Si tenemos que abandonar nuestra esperanza, si vamos a conocer la guerra, si tenemos que aceptar la violación de nuestra conciencia, se acabó también el crédito fácil para nuestros políticos. Ahora exigimos muchas explicaciones, largas justificaciones, un gran esfuerzo de persuasión. Y de todos los políticos, no sólo de los últimos responsables. Todos tienen que dar la cara y justificar las graves decisiones o, caso contrario, criticar lo injustificable; todos tienen que adoptar una postura puesto que han aceptado ser nuestros representantes públicos, y no sólo para lo bueno sino también para lo malo. No es suficiente con denigrar al enemigo, ni afirmar que se lucha contra un gobierno pero no contra el pueblo, que era peor no hacer nada que actuar. Ya que vuelven a la guerra, al menos que no repitan los viejos argumentos. Lo que tienen que explicar nuestros líderes es el fracaso de la política, el fracaso de la negociación como fórmula de resolver conflictos. Desde Valencia, como desde cualquier otro punto de Europa, tenemos que aceptar que estamos en guerra, que hemos fracasado. O nos lo explican muy bien o tendremos que pensar que han fracasado también otras muchas cosas.

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