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Madrid en guerra

No hay algo menos frívolo que una guerra, que cualquier guerra. Es obvio. Quiero decir que una guerra de las de verdad, de las de ejércitos, de las de armas y bombarderos B-52, de las de misiles de crucero, aviones F-18 o de nombre Hércules, barcos, objetivos militares, ofensivas, operaciones, aliados. O sea, una guerra de las de verdad, de las de muertos y heridos, de las de ciudades a oscuras en las que se escuchan gritos y ruidos infernales.Así que cuando titulo este texto Madrid en guerra no es que juegue frívolamente con las palabras, ni es que haga una velada e inútil denuncia literaria, ni es que me crea partícipe de una culpa lejana, ni es que me solidarice con unas víctimas indefinidas ni siquiera contra un concepto despreciable, no es que adopte una postura ideológica. No. De verdad. Es sólo que me siento muy extraña.

Me levanto en esta mañana contraria a mis deseos de sol y primavera (porque los deseos se cumplen, sí, pero una vez cumplidos siempre se han ido demasiado pronto), y veo en Madrid un cielo del color de la guerra: muy grande y metalizado. Me siento muy extraña. Ante mí, en el periódico, un titular explica: "Tres aviones españoles participaron en una operación conjunta de trece naciones aliadas". Está redactado en pasado ("participaron") y he tenido la impresión, por un momento, de ser pequeña, de haber madrugado para ir al colegio y de estar repasando uno de esos exámenes de Historia en los que repetíamos frases como ésa, muy lejanas, teóricas, que nos resultaban ajenas, pertenecientes a un pasado de libro de texto, que no nos incumbían sino para sacar buenas notas. Una frase de cuando estudiábamos las guerras en el mismo tono que las cordilleras o las tablas periódicas.

Pero entonces mi amiga, desayunando a mi lado con cierta prisa porque tenía hora para blanquearse los dientes, me ha mirado, como cansada de algo de antemano, y ha dicho: "¡Qué horror!, no me apetece nada que haya guerra". Eso ha dicho, mi amiga que no es frívola. Así que he recordado que anoche, en una cena tranquila y agradable, en un buen restaurante de Madrid, alguien dijo también: "Estamos en guerra; estamos en la Tercera Guerra Mundial". Recordé que todos levantamos por un momento los ojos del plato de merluza pero no soy capaz de recordar qué se dijo después, sólo conservo la impresión de unos segundos de extrañeza. Y todos acabamos nuestra merluza y mi amiga me ha dicho que si quería podía ver los bombardeos en la CNN y se ha ido al dentista y los titulares de los periódicos se refieren siempre a un pasado inmediato, a un pasado casi por suceder, y dicen que el secretario general de la OTAN estuvo anoche leyendo a Víctor Hugo y el cielo mantiene esa gama bélica y al parecer Madrid está en guerra aunque no lo parezca y debe de ser por eso por lo que hoy no hay colegio y se suspende el examen y yo sigo sintiéndome muy extraña.

Víctor Hugo, me pregunto después, por qué el secretario general de la OTAN leía, precisamente, a Víctor Hugo. Y me resulta muy extraña esta pregunta si es que Madrid está en guerra, porque, de verdad, de pronto me ha interesado más indagar en ese afecto literario que en la estrategia propia del desastre. No soy frívola. De verdad. Y entonces he necesitado abrazarme al que amo porque cuando hay guerra sólo te salva el amor y en Piedra de sol Octavio Paz describe la salvación, recuerdo, como dos que se desnudan y se aman mientras Madrid, 1937, es abrasada de bombas. Pero sigo sintiendo la misma sensación de impecable extrañeza que me produce siempre la lectura de los cuentos de Bárbara Aranguren y corro a la estantería a buscar ese libro suyo que se titula Bajo la sombra de cualquier árbol en el que he recordado que hay un relato que se llama Hay guerra, en el que una mujer, voluntariamente aislada en un lugar lejano junto al mar, y a quien "le gusta aparentar que el amor que hay en su vida no le concierne de manera directa" , come uvas y se resiste a una llamada telefónica que desea hacer. Hasta que oye en la radio que hay guerra. No sabe dónde, no sabe entre quién. Hay guerra. Y entonces "decide no perder más tiempo... coger las llaves del coche que están sobre la nevera... cruzar el jardín hacia el garaje mientras canturrea: "Hay guerra, hay guerra". Canturrea, dice. Es todo tan extraño.

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