El síndrome del Norte JOAN B. CULLA I CLARÀ
Uno de los efectos laterales más perniciosos de la evolución política en Euskadi a lo largo del último semestre ha sido la rápida radicalización de los socialistas vascos que, arrinconando su vieja aunque nunca unánime tradición vasquista, han apostado en masa por la confrontación y hasta por la cruzada antinacionalista en términos que recuerdan -dicho sea sin segunda intención- los gloriosos tiempos en que Ricardo García Damborenea era el secretario general del PSE en Vizcaya. Todo empezó en pleno verano de 1998 con la inopinada salida de los socialistas del Ejecutivo de Vitoria, rompiendo una práctica coalicionista antigua de 12 años. Luego, en otoño, vino una campaña electoral vertebrada por el trío Bono-Chaves-Rodríguez Ibarra y su Declaración de Mérida. Más tarde fue el fracaso de las negociaciones PNV-PSE y la no incorporación de éste al nuevo Gobierno vasco. Por último, libres del compromiso institucional, recelosos del empuje del Partido Popular y respondiendo reactivamente a la configuración de la mayoría nacionalista, los dirigentes socialistas vascongados se han lanzado a una carrera de emulación, a una surenchère por ver quién la suelta más gorda. En ese certamen de la radicalidad verbal y del discurso apocalíptico, la ex consejera Rosa Díez González lleva por ahora todas las de ganar. Para comprobarlo no es preciso bucear en las hemerotecas; basta remitirse a la espléndida entrevista que le hacía María Antonia Iglesias en las páginas dominicales de este diario, tres semanas atrás. Ahí, la que fue durante siete años titular de Comercio, Consumo y Turismo en gobiernos encabezados por el PNV, la que proyectó del País Vasco una imagen riente y acogedora -"ven y cuéntalo"- minimizando la violencia y el terrorismo, describe hoy un Euskadi irrespirable y un PNV enloquecido a pesar -o tal vez a causa- de la tregua. Todo ello, simplemente, porque con los resultados del 25 de octubre y con la tregua en la mano se ha constituido una nueva mayoría parlamentaria nacionalista que se sustenta sobre el 54,5% de los votos para aplicar un programa apoyado por el 60% de los electores. Una mayoría que Rosa Díez describe como "ese frente nacional-sindicalista que está practicando el fascismo, (...) que oprime a los que no somos nacionalistas", cuya legitimidad democrática niega aunque haya surgido de las urnas hace apenas seis meses, y a la que ni siquiera reconoce el mérito de haber facilitado el fin de los asesinatos y las bombas, porque "con Franco tampoco había muertos [sic], pero tampoco había libertad". Que tales asertos procedan de alguien tenido hasta anteayer por moderado y conciliador resulta preocupante por partida doble. En clave interna vasca, la contundencia descalificadora de Rosa Díez ahonda el abismo que, a medio plazo, habrá que colmar inexorablemente para rehacer la cohesión comunitaria y la paz civil en aquel país sobre la base del compromiso entre nacionalistas y estatalistas. Pero, además, el tremendismo de los líderes del Partido Socialista de Euskadi contamina y arrastra a sus correligionarios del PSOE, incluso a gentes de natural tan sereno y ponderado como el secretario general, Joaquín Almunia. Sólo bajo los efectos de ese tremendismo inducido se entiende que el pasado lunes Almunia equiparase la situación actual de los concejales del PP vasco o del PSE con la de los judíos en la Alemania nazi, "sin ninguna diferencia". Porque el canciller de esa Alemania tenía publicado desde una década atrás un libro programático donde anunciaba sin ambages la eliminación de los judíos, y no se tiene noticia de que Ibarretxe haya escrito nada semejante. Porque en el Tercer Reich la fuerza pública era instrumento de la persecución antisemita, y ni el peor enemigo de la ertzaintza la ha podido acusar de eso. Porque no parece que el Parlamento de Vitoria esté preparando ningún equivalente de las Leyes de Nuremberg. Porque ni Hamburgo ni Dresde tenían alcaldes judíos, cuando San Sebastián lo tiene socialista... El acoso a esos concejales es intolerable y repugna a cualquier demócrata, quienes incendian y amenazan son unos fascistas, pero aquello no es la Alemania nazi, y tal comparación, además de un dislate, es una ofensa a las víctimas del nazismo y le hace un flaco favor al futuro de Euskadi. El último y más serio síntoma del síndrome del Norte que parece aquejar al PSOE ha sido, justamente, la designación de Rosa Díez como cabeza de cartel para las europeas del 13 de junio, en el puesto para el que habían sido tanteados Felipe González, Carmen Alborch y Enrique Barón. Pero entendámonos: no la Rosa Díez consejera de Ardanza, cercana al PNV y contraria a la ruptura del Gobierno tripartito, sino la Rosa Díez que inflama el patriotismo español, la que pone a todos los firmantes de Lizarra bajo la etiqueta de "el fascismo", la que demoniza a Arzalluz, la que ha acogido su designación con el compromiso de combatir contra "el nacionalismo excluyente", sobreentendiéndose que se refiere al vasco o al catalán; ¿a cuál si no? Tales van siendo, por ahora, las contribuciones del PSOE a la precampaña de Maragall.
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