Poetas
No es fácil de llevar ese título, "poeta". Ya no es un oficio, aunque lo era cuando las palabras se parecían a las cosas y la palabra "casa" era como una casa. Tampoco es un destino, como luego, durante aquellos años revolucionarios en los que cada poeta era una revolución. Es infrecuente, pero si ahora un ciudadano dice de sí mismo "soy poeta", no sabemos si se está definiendo o declamando. Ese nombre se puede otorgar, pero proclamado por uno mismo suena a reclamo publicitario. Sin embargo, cuando viene de fuera, cuando se otorga, es un aviso de muerte. Ingeborg Bachman murió abrasada por el fuego y sus palabras jugaron con fuego durante 30 años, ella, la que escribió: "Junto al fuego de la chimenea, en la seguridad, mi cabello tiene su color más intenso". Un poeta de palabras que no se dicen con la boca sino que resuenan en la bóveda muda del cerebro, Gabriel Ferrater, cerró herméticamente su cabeza con una bolsa de plástico. A Paul Celan, poeta de oscuras palabras, se lo bebió el Sena ennegrecido con las heces de un millón de ciudadanos. Las palabras de José Agustín Goytisolo volaban por el aire desde "Salmos al viento", y por eso tantos cantantes han usado sus poemas ligeros como hojas de papel.Nadie sabe si Ingeborg Bachman se lanzó al fuego o fue raptada por el fuego. Si Ferrater quiso exprimirse el cráneo para destilar una última y definitiva palabra tan poderosa que le licuó los sesos. O si Celan, que había sido declarado impuro por los puros, deseaba disolverse en los líquidos que todos desechamos como la parte impura de nuestro cuerpo. José Agustín Goytisolo echó a volar el otro día como si hubiera decidido, de repente, que ya era hora de volver a casa y que su camino, el suyo propio, era el aire. Así mueren los poetas.
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