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NEUROLOGÍA

Un circuito cerebral de la emoción reacciona a las disonancias musicales

Javier Sampedro

Cualquier persona con dos orejas prefiere oír una sinfonía de Beethoven antes que el clásico concierto de claxon en el atasco de los lunes a las ocho, pero muchísima gente preferiría también a Beethoven antes que un cuarteto de Bartok, un trío de cuerda de Anton Webern o un solo de saxo del John Coltrane de la última época. El atasco es ruido se oiga como se oiga, pero los otros tres ejemplos no tienen nada que ver con el ruido: son armonías cuidadísimas, hechas con las notas de la misma escala temperada que formuló Bach, y suscitan pasión en los oídos más educados y exquisitos. ¿Cuál es el problema entonces?Anne Blood y sus colaboradores del Instituto Neurológico de Montreal (Canadá) publican en el último número de Nature Neuroscience un intento de abordar esa cuestión con las técnicas de la neurología. Según sus resultados, un circuito cerebral muy similar a los que regulan estados emocionales como el miedo, el placer y el desagrado -pero separado de ellos- revela una sobresaliente capacidad para discriminar las armonías consonantes de las disonantes.

El equipo de Blood sometió a 10 voluntarios a seis versiones de la misma melodía, armonizadas con distintos grados de disonancia, mientras examinaba la actividad de sus cerebros mediante un escáner PET (siglas en inglés de Tomografía de Emisión de Positrones). Los voluntarios también describieron verbalmente su estado emocional al escuchar cada versión.

La zona cerebral activada por las armonías disonantes es distinta de la implicada directamente en la percepción musical, y también distinta de las áreas que, por lo que se sabía hasta ahora, regulan las emociones. Sin embargo, es muy similar a estas últimas. Blood interpreta que "los oyentes han internalizado las reglas tonales de la música de su cultura y reaccionan a las violaciones de esas reglas".

El resultado aporta nuevos elementos a un viejísimo debate sobre estética musical que arranca de Pitágoras. Al menos en la tradición occidental, la consonancia se sustenta en combinaciones de notas muy precisas. El ejemplo más nítido es el acorde mayor (el "do-mi sol-do" de las estaciones de Renfe).

Sensación de plenitud

La sensación de plenitud provocada por el acorde mayor podría interpretarse como una mera peculiaridad de la cultura occidental. Pero lo cierto es que las notas de ese acorde tienen propiedades físicas muy especiales: sus frecuencias (en ciclos por segundo) son siempre fracciones simples (1/2, 1/3, etcétera) de la frecuencia de la tónica (el "do" del ejemplo de Renfe). Esto parece indicar más bien, como pensó Pitágoras, que la consonancia es una propiedad objetiva de ciertas combinaciones de sonidos.Los resultados de Blood parecen inclinar la balanza ligeramente hacia la teoría pitagórica, pues revelan un circuito cerebral especializado en detectar aquellos acordes que se desvían de la norma consonante. La hipótesis alternativa, sin embargo, no puede descartarse sin hacer más análisis, en voluntarios de otras culturas musicales.

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