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Reportaje:DESVÁN DE OFICIOSBARBERO PELUQUERO

"Los hombres coquetos son más difíciles que las mujeres"

Anatolio San José, que afeita con navaja barbera, sostiene que los calvos disconformes son clientes difíciles

Las fusiones bancarias repercuten más allá de la Bolsa. Anatolio San José las nota en su oficio, que ejerce a un tiro de piedra del eje financiero Alcalá-Sevilla. Las concentraciones, con la consiguiente reducción de empleos, le restan clientela, asegura este barbero y peluquero con medio siglo de profesión. Cuando se inició en ella rasuraba más barbas que cabelleras cortaba. Ahora es al revés, por culpa de la prisa y las maquinillas eléctricas. El panorama dista de ser boyante: las peluquerías unisex compiten con fuerza en los pelados.La premura resta clientes y mina la charla, una característica tradicional de los establecimientos de aseo masculino. "Ya no hay tertulia. La gente no tiene tiempo", asegura Anatolio, un hombre que siempre oye y alguna vez escucha.

Si surge la conversación, el fígaro evita la política en el establecimiento, muy próximo al Congreso de los Diputados y con clientela entre los padres de la patria. El fútbol y, en menor medida, los toros predominan cuando se produce el milagro de la cháchara. "No es sólo aquí, es que las personas cada vez hablamos menos, incluso en casa, por culpa de la televisión", reflexiona Anatolio San José, de 64 años.

El declive de la conversación no es el único cambio que ha visto el fígaro desde que, a los 12 años, se inició en el oficio paterno en su pueblo, Castrillo de Tejeriego (Valladolid). Lo primero que hizo fue "bañar": dar el jabón con brocha a los clientes del afeitado. De ahí pasó a manejar la tijera, para aligerar los cabellos, y la navaja, para apurar las barbas. "Es mucho más difícil afeitar que cortar el pelo", afirma.

Anatolio, peluquero hasta en la mili, se instaló en Madrid al licenciarse, en los años cincuenta. Desde hace 36 años está empleado en el establecimiento de la calle de Echegaray, 5, propiedad de otro peluquero veterano, Eugenio Martínez Baena, un jubilado que reconoce que el gremio "ya no es lo que era".

-¿Ha cambiado mucho el oficio?

-Muchísimo. Ahora cualquiera se afeita con maquinilla o con cuchilla, y eso no es afeitar, es quitar la barba. Los cortes de pelo también han bajado, aunque en menor medida, porque muchas mujeres se lo cortan al marido en casa -contesta Anatolio.

-A lo mejor, los señores prefieren la peluquería unisex a la tradicional de caballeros, aunque sólo sea por las vistas. -Los jóvenes, sí, porque suelen ser más baratas. Los mayores vienen a las de siempre.

Con todo, el fígaro corta mucho más que afeita. Y sólo en contadas ocasiones lo hace con las navajas de toda la vida. "Las prohibieron desde que empezó lo del sida, en los años ochenta", explica. En su lugar, y por motivos higiénico-sanitarios, se emplean cuchillas desechables. Sin embargo, el fígaro tiene un par de clientes entrados en años y adictos a la herramienta tradicional (1.275 pesetas por servicio), que Anatolio les guarda con mimo.

-¿Cuál es la clave de un buen afeitado?

-Hacerlo con una navaja de verdad y prepararla bien, pasándola por el suavizador.

El barbero saca ese artilugio: una tensa cinta de cuero sujeta a un mango. Frota contra ella la hoja metálica, que así gana la suavidad precisa para "un buen apurado". En la tacilla plateada prepara el jabón, que esparcirá con la brocha sobre el rostro del cliente. El ungüento facilitará el camino de la navaja en su lucha contra la barba. Esta pelea masculina sólo admite treguas: se reanuda cada mañana. Aun con un buen apurado, el vello facial "vuelve a despuntar al cabo de cuatro horas", atestigua Anatolio.

Con todo, por muy cerrada que sea la barba, es un problema asumido. No ocurre lo mismo con su contrario unos centímetros más arriba: la calva. "A los hombres les fastidia quedarse sin pelo. Existen calvos sin complejos, pero también los hay que se hacen 50.000 filigranas en la cabeza para que no se les note. Los clientes que tienen menos pelo suelen ser los más difíciles. Cuanto más les tapo los huecos, más conformes se van". Contentos y, algunos, envidiosos cuando comparan sus guedejas ralas con la abundante cabellera del peluquero. Aquí, el hábito hace al monje. Anatolio San José, uniformado con un batín azul, sobrevuela con la tijera la cabeza del cliente recién llegado. Tris-tras. Abre y cierra la herramienta aunque no corte mechones: lo hace para mantener el ritmo. Un cepillado por el cogote con una brocha impregnada en polvo de talco pone fin al corte, por el que el beneficiario abona 1.390 pesetas.

-¿Son más coquetos los hombres que las mujeres?

-No lo sé, pero creo que, puestos a ser coquetos, son más difíciles los varones, porque no saben lo que quieren.

-¿Por qué hay peluqueros de señoras y escasean las peluqueras de caballeros? -Porque los hombres no se fían de ellas en este menester. Anatolio, que el próximo otoño recogerá peines, tijera y navaja, se jubilará sin comprender el auge de las cabezas rapadas. Para él es una cuestión estética: "No hay un cráneo perfecto y, cuanto más corto se lleve el pelo, más se notan los defectos", concluye.

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