Prohibir
DE PASADANo todo el mundo está capacitado para prohibir con acierto y genio. A uno, sin ir más lejos, en caso de que se le presentara la oportunidad, no se le ocurriría qué prohibir y, puesto a coartar algún derecho, elegiría el menos lucido. El censor que aquí admiramos no es el bravucón que está al servicio de tiranos sino el artístico, una especie refinada que desde hace décadas engasta en la paz de su covachuela, como si fueran aguamarinas, reconvenciones peregrinas en reglamentos y ordenanzas en apariencia inocuos. Como todo arte, el de la prohibición artística tiene sus referencias clásicas. Entre los mejores figura el de "Prohibido el cante" que el escritor Juan de Loxa, en una especie de caligrama denominó "gran poema del sur atrapado en las tabernas andaluzas". Sin embargo, a causa de sus resonancias surrealistas, yo prefiero entre todas las censuras gráficas la que proclama: "Prohibido sentar a los niños en el mostrador", que es algo así como prohibir guardarse los boquerones en la cartera o verter el vino en el bolsillo. ¿O de verdad hubo un tiempo en que los niños se alineaban en los bares junto a los botellas de licor y los dispensadores de servilletas de papel? En Granada, desde 1934, los diferentes ayuntamientos han mantenido un viejo artículo que prohíbe, bajo multa de 5.000 pesetas, pregonar mercancías a los pescaderos, a los verduleros y a los carniceros. ¿También a los vendedores de higos chumbos y a los aguadores? Seguramente. Aunque no sabemos a quién atribuir el mérito de la prohibición no por ello hemos de escatimar elogios a quien concibiera un mercado donde la habichuelas verdes se ofrecieran mediante susurros y las pijotas por señas. Los concejales Rosa Villalba y César Díaz se han apresurado a retirar el artículo que contenía la censura tras la avalancha de críticas. ¡Qué pena! Ya nos imaginábamos a las verduleras y a los pescaderos aprendiendo las habilidades comerciales de los estraperlistas y de los revendedores de yesca: "¡Psssi! ¡Calamares!" Quién sabe, quizá pregonados así, como en secreto, los salmonetes tengan los efectos mareantes del hachís. No nos consta si en la ordenanza los compradores, también durante todo este tiempo, estuvimos obligados a mantener las formas y a pedir la lechuga haciendo bocina con la mano, y la docena de huevos señalando con discreción a semejante sitio. ALEJANDRO V. GARCIA
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