Euros
Demacrada y fatigada por la singular liza volvió Loyola de Palacios de Europa, retrato de grupo de expertos en agricultura con señora o si se prefiere todos los enanitos de Walt Disney gritando alborozados: ¡Oh, es una niña! Seguimos con complejo de inferioridad porque los titulares jalearon la victoria de la ministra como si hubiera sido un singular combate entre España, peso mosca, y la Europa rica, de semipesado para arriba. Y no es eso. No podemos seguir con el complejo de los tiempos del nada espléndido aislamiento cuando era noticia que un galgo español vencía en los canódromos del Múnich hitleriano y el único estadista que se avenía a recibir a Franco era Oliveira Salazar.Somos europeos. Lo somos tanto que en todas las entradas de ciudades y poblaciones de las Canarias el yugo y las flechas ha sido sustituido por el cambio del euro en pesetas. Pero las ciudades y los pueblos conservan, como en tantos otros puntos de España, la peculiaridad de nuestro pasado, porque Franco y sus caídos por Dios y por España siguen nombrando calles y plazas como si la posguerra civil no hubiera terminado. Contraste traumático. Empezamos a pensar en euros, Loyola de Palacio se faja ante poderosos varones del Norte fértil y las calles y plazas siguen llamándose como si Franco aún estuviera firmando sentencias de muerte después de tomarse un lacón con grelos, bien regado de Vega Sicilia con sifón.
Se trata de una mala jugada de la correlación de fuerzas políticas municipales, que más debiera llamarse correlación de debilidades, porque en demasiados lugares de España todavía la nomenclatura del paisaje urbano produce la impresión de que estamos en un país ocupado por los parientes pobres de la Gestapo, es decir, por el franquismo. Y no es eso. Loyola vence en Europa, Aznar se codea con Blair, Clinton no tiene secretos para Solana y ya podemos pagar el desodorante en euros.
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