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La espía desmemoriada

Françoise Sagan, envuelta en un tráfico de influencias con Miterrand en relación con unas prospecciones petrolíferas

Françoise Sagan, convertida en Mata-Hari. Así es como aparece la escritora francesa, de 63 años, en la autobiografía del hombre de negocios André Guelfi, alias Dedé la Sardina: metida a intermediaria en un asunto de grandes prospecciones petrolíferas de una compañía francesa en Uzbekistán.Ella dice que no se acuerda de nada. "Me faltan cinco años por aquí, tres años por allá...", explica evocando sin mentarlos sus problemas con las drogas y la bebida. Pero el caso es que, de pronto, el fisco le reclama que justifique la llegada a su cuenta corriente de cuatro millones de francos (unos 100 millones de pesetas). "Me hicieron firmar un montón de papeles de los que nunca comprendía nada", cuenta ahora.

No sólo desmemoriada, sino también ingenua. Porque detrás de todo estaba Elf, la compañía petrolera creada durante el gaullismo. "La caja negra de la República de los últimos 40 años", afirman algunos.

El papel de Sagan es el de una amiga íntima del socialista François Mitterrand. Como en los cuentos, en la realidad resulta muy difícil llegar a los poderosos; y el negociante Guelfi, Dedé, que tenía entrada en los despachos de varios dictadores africanos y era amigo de los poscomunistas soviéticos, necesitaba convencer al presidente uzbeko, Islam Karimov, de que él hablaba cuando quería con Mitterrand. Dedé y un periodista amigo aprovecharon la desfalleciente memoria de Sagan, y muy probablemente sus deudas de juego, para convencerla de que, tres décadas antes, Dedé había enseñado a la autora de Buenos días, tristeza, a conducir. "No sé por qué me explicaban aquello, pero no quise desengañarles", argumenta ella. Pronto comprendió el porqué.

El 9 de septiembre de 1992, el presidente francés, François Mitterrand, recibe una carta de Karimov y otra de Dedé. Sagan ha participado como intermediaria. El 12 de febrero de 1993, Elf obtenía permiso para emprender prospecciones petrolíferas en Uzbekistán, y Dedé acompañaba gustoso a Loick Le Flok Prigent, el presidente ejecutivo de la petrolera. La escritora pedirá luego varias veces al presidente Mitterrand que cuide de los intereses de la empresas franceses en la lejana ex República Soviética. "Me parece que después de dos años de maniobras sería una lástima que fuesen Helmut Kohl o los americanos, que esperan el momento para precipitarse, quienes recogieran los frutos industriales de todos esos esfuerzos", le explica en una carta.

Mitterrand recibirá en el Elíseo a Karimov como antes ya había recibido a un emisario del presidente uzbeko, también por mediación epistolar de Sagan. "Regresar a su país sin haberos visto equivaldría a una humillación, puede que incluso a la ruptura de ese fantástico contrato. Ignoro si lo sabéis, pero me arriesgo a decíroslo", intercedía Sagan.

Cuento de hadas, sí, pero desinteresado no lo parece. La amnesia no impidió entonces a esta espía aficionada -"te prefiero en el papel de la traviesa Lilí que en el de Mata-Hari", le dirá el presidente- reclamar por escrito la comisión prometida por Dedé: "Estoy orgullosa de que el presidente me haya tomado en serio y de rebote también haya hecho lo mismo con tu proyecto. ¿No te parece que ha llegado el momento de concretar rápidamente la continuación de este éxito? Te recuerdo aún diciéndome aquello de que si el contrato se firma nunca más tendrás problemas de dinero".

En 1994, Elf abandonó las prospecciones en Uzbekistán. Sagan cenó con Mitterrand. "Me temo que allí no hay petróleo", le dijo confusa. "Querida Françoise, confío en que no pensase que contaba con usted para aprovisionar a Francia de petróleo", le respondió tranquilizador y burlón el ya muy enfermo presidente.

El oro negro nunca llegó a París, pero los cuatro millones de francos, en una transferencia ordenada desde Lausana (Suiza) por Dedé, sí llegaron a la cuenta de la novelista. Sin embargo, nadie sabe nada porque también es Elf la que envió más de 70 millones de francos a la cuenta corriente de madame Deviers-Joncour y hoy la ex amante de Roland Dumas aparece más como una mujer de paja que como la auténtica beneficiaria del dinero. Son los secretos de la caja negra, y no puede contarse con una memoria tan agujereada como la de Françoise Sagan para aclarar el misterio.

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