Ali-Babá y los cuarenta candidatos
Vienen de aprobarse las listas municipales del PSPV-PSOE en el cap i casal, y circulan varios proyectos de listas de candidatos de la primera formación de la izquierda valenciana al Parlamento valenciano. No te oculto, amigo lector, que me parecieron exageradas las críticas que formuló el lunes día 1 mi tocayo Jardí, pero tras ver las listas que circulan podría imitar al Marco Antonio shakespeariano y anotar que tales críticas son fría moderación. La lista municipal consta de dos excepciones, doña Ana y doña Vicenta, y una larga serie de nombres que ya parecían viejos en el carbonífero superior, junto con algún que otro fósil viviente que viene directamente del devónico. Por su parte, algunos de los proyectos de lista autonómica parecen antes que una candidatura destinada a atraer el voto de los electores, una relación de la Junta Directiva de la Asociación Retrógrada de Jubilados y Pensionistas. Y eso contando con que el actual secretario general del PSPV-PSOE salió elegido bajo la bandera de la renovación, pues de otro modo mucho me temo que los trilobites parecerían un prodigio de modernidad al lado de las listas que circularían. Las listas electorales socialistas llevan camino de incurrir en los mismos vicios, corregidos y aumentados, que han mostrado los colegas de EU: las listas no se hacen para atraer el voto mediante la presentación de candidatos aptos para ello, ni con la vista puesta en el trabajo político y parlamentario que los que sean en su caso electos han de realizar, ni con vistas a procurar una representación adecuada de la sociedad civil, no; las listas se hacen en clave interna, a la vista de la situación de la organización y de la relación de fuerzas dentro de la misma. Eso no es necesariamente erróneo, pero para que no lo sea, para que hacer las listas en clave interna no sea un disparate, hay que contar previamente con partidos dotados de un perfil político preciso y unos proyectos políticos definidos, que cuenten con una afiliación efectiva masiva, con capacidad para encuadrar a la población y para actuar como estructuras de representación efectivas y como eficientes canales de comunicación, de tal modo que una elevada identificación de partido permite un grado aceptable de semejanza entre electores y electos y, en consecuencia, una fuerte representación. Resulta obvio que nada de eso existe, y como los presupuestos que dan sentido a la primacía de la política interna y al predominio de la organización sobre los electos ya no existen, el mantenimiento de las prácticas correspondientes deviene disfuncional. El leninismo organizativo que practican los partidos de la izquierda estatal está más apolillado que un morrión de la milicia nacional de los años del trienio. Lo está tanto que a su lado el modelo caudillal que practican los conservadores hasta parece moderno. Parecería que recurrir a las asambleas de los afiliados es más democrático que unas listas pactadas en cenáculo por la élite del partido. Pero eso no pasa de ser pura apariencia. Cuando los militantes efectivos del partido son una pequeña fracción de los nominales (sobre una quinta parte si hay que juzgar por el socialismo de la ciudad) y muchos de ellos están unidos por relaciones de clientela con los dirigentes de la organización, de tal modo que el cuerpo electoral que vota es ridículo por su tamaño y dependiente por su posición política, los comicios internos están condenados a ser una mascarada caciquil. Y eso es lo que son. Lo que falla aquí, no nos engañemos, no son las personas, lo que falla aquí es la organización, lo que falla es el modelo de partido. La designación de candidatos en clave interna, cuando los partidos son cuatro y el de la guitarra, y no es seguro que se alcance el número precitado, es el camino más seguro hacia la autoliquidación, porque ese método no puede dejar de producir candidaturas a las que son ajenas el atractivo, la capacidad y los deseos de los electores, y candidaturas así, que resultan grises, de competencia dudosa y ajenos a lo que los electores desearían votar, constituyen el camino más seguro para la derrota electoral. No deja de tener su ironía el hecho de que la derrota en cuestión aleje la posibilidad de alcanzar los panes y los peces, que mueven la actividad de no pocos de los afiliados efectivos, y de no pocos de los candidatos, todo sea dicho. La formación de listas electorales que estamos viendo en los días que corren es síntoma evidente de la realidad de unos partidos en los que las aspiraciones de procura de la igualdad y la emancipación que en su día los justificaron y dieron lugar a una ideología identificatoria se han evaporado, dejando como poso un esqueleto organizativo servido por burócratas políticos que se aferran a la sombra de lo que fue como forma de perpetuar su subsistencia. Con partidos así no es extraño que hayamos entrado de lleno en una crisis de legitimidad y representación. Hacen falta partidos, pero evidentemente otros partidos. Con los que hay las elecciones no pueden dejar de ser una versión cutre del cuento de Ali-Babá y los cuarenta candidatos.
Manuel Martínez Sospedra es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Valencia.
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