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Reinterpretación

IMANOL ZUBERO El pasado miércoles 3 de marzo publicaba este diario en las páginas de opinión un artículo del teólogo José María González Ruiz en el que reivindicaba el carácter laico de la Biblia en oposición a su pretendido carácter teocrático. Según esta última perspectiva, correspondería en exclusiva a los clérigos su interpretación y explicación; por el contrario, una lectura laica de la Biblia abre la puerta a cualquier ser humano, que encontrará en ella preguntas y respuestas a las que habrá de responder usando en libertad su capacidad de razonar. El mensaje bíblico debe ser desligado del marco ideológico del tiempo en que fue redactado y traducido una y otra vez a cada nuevo presente. Por tanto, nadie puede pretender sacralizar su propia lectura de ese mensaje, concluía González Ruiz. El mismo día 3 de marzo, EL PAÍS recogía entre sus noticias la reacción del Gobierno español tras la reclamación de Jordi Pujol de un nuevo pacto institucional que, reconociendo la singularidad de Cataluña, eleve significativamente el techo de su autogobierno. Aunque fueron varios los ministros que opinaron al respecto, todos coincidían en rechazar la reclamación de Pujol. El nuevo ministro de Administraciones Públicas, Ángel Acebes, defendió la vigencia del modelo constitucional y autonómico y rechazó abiertamente cualquier intento de "reinterpretar" la Constitución. Avanzando en la lectura del periódico, en una página distinta se reproducían unas declaraciones de Fernando Morán, candidato socialista a la alcaldía de Madrid y ex ministro de Asuntos Exteriores, proponiendo como fórmula para resolver los problemas con las reivindicaciones nacionalistas probar la "elasticidad de la Constitución", con la vista puesta en un futuro Estado federal en España. Reivindicación de una lectura laica de la Biblia, rechazo de cualquier reinterpretación de la Constitución, disposición a probar de la elasticidad del marco constitucional... Las tres informaciones tienen mucho en común. En ellas se plasma un debate fundamental en las sociedades modernas: el debate entre quienes, despreciando la iniciativa y el libre albedrío de los sujetos, pretenden sacralizar su particular visión de la realidad con el fin de imponerla como natural y quienes, por el contrario, saben que la historia nunca está cerrada. En un libro publicado hace diez años el teólogo Rémi Parent denunciaba el hecho de que sea el clero quien detente el control del proceso de producción (sic) en la Iglesia: son los sacerdotes y los obispos quienes pueden verificar, a posteriori, si tal o cual práctica, actitud o comportamiento es verdaderamente "de Iglesia"; para ello, tienen la posibilidad de referirse a principios atemporales, de apelar a justificaciones ahistóricas o, si se tercia, de invocar a la "voluntad de Dios" para justificar tal o cual forma de ser y de actuar. Lo peor de este clericalismo se manifiesta, demasiado a menudo, en el mundo de la política. Dejen que los ciudadanos controlemos los procesos de producción de la política. Permitan que seamos nosotros quienes digamos, cuando así lo queramos, cuál va a ser nuestro futuro, y hagan ustedes lo posible por ayudarnos a caminar en esa dirección. Sobran, pues, fundamentalismos de toda laya. De este proyecto sólo están excluidos quienes pretendan anular la historia, ya sea poniendo el cronómetro a cero, ya decretando la llegada de los últimos y definitivos tiempos. Aparentemente antinómicos, en realidad son igual de deterministas: tenemos que llegar a ser lo que realmente somos, dicen los unos; ya somos lo que teníamos que ser, dicen los otros. Ambos se equivocan. Hacemos la historia en condiciones no escogidas por nosotros mismos, de acuerdo, pero hacemos la historia. Que nadie pretenda hacerla por nosotros. Por cierto, el tal Parent es (o lo era en aquel momento) profesor de teología en la Universidad de Montreal. De nuevo Quebec. Pero seguimos mirando a Irlanda.

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