Plaga
JUANJO GARCÍA DEL MORAL La plaga aparece año tras año coincidiendo con la primera mascletà de las Fallas. Durante los 19 días que dura la fiesta se adueña de las calles antes y, sobre todo, inmediatamente después de los fuegos de la plaza del Ayuntamiento. La ruidosa y molesta plaga no respeta a casi nadie, a casi nada, parece no temer a la autoridad. No respeta las señales, ni los semáforos; invade las aceras, los jardincillos e incluso las calles peatonales. Atemoriza a los peatones, inquieta a los automovilistas y, en definitiva, supone un factor de riesgo añadido. Los moteros parecen haberse convertido ya en parte del montaje, cada año más complicado, cada vez más molesto, que rodea las fiestas falleras. Cada año crecen en número y en osadía, como sucede con los propios monumentos falleros y con otros actos festivos, en especial la ofrenda. Para atajar la plaga, este año la autoridad municipal ha decidido impedir el acceso de las motos al centro de la ciudad en los minutos previos a la mascletà. La iniciativa, en teoría loable si se aplica de verdad -y el domingo ya tuvimos el primer ejemplo de que no es así- tiene, sin embargo, un efecto perverso, porque sólo consigue centrifugar el problema: la plaga ya no afecta al centro, es verdad, pero se traslada hacia la periferia, con lo que el control se complica. Los policías encargados de vigilar el cumplimiento de la nueva norma tienen que abarcar mucho más terreno, lo que reduce su efectividad. Las calles de las Barcas y del Pintor Sorolla ya no son pasto de la plaga, tampoco los ciudadanos que toman plácidamente el aperitivo o pasean por la peatonal calle de Don Juan de Austria corren el riesgo de sufrir el embate de la estampida motera. Eso sí, siempre que se haga cumplir la norma. Ahora el problema está un poco más allá. Es lo mismo, pero trasladado a las rondas. La plaga tiene difícil solución, porque ha engordado al amparo y a imagen y semejanza de una fiesta que año tras año escapa un poco más al control, que cada vez se hace más insufrible y hace más invivible la ciudad. Pero lo cómodo es echar la culpa a los moteros mientras se permiten desmanes falleros de todo tipo. Se lo dice un motero.
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