El Madrid vive peligrosamente
Un gol de Raúl en el último minuto salva a su equipo de un motín en el Bernabéu
REAL MADRID 3 REAL ZARAGOZA 2El Madrid apagó en el último minuto un incendio de considerables proporciones. Cuando la gente se preparaba para el motín, Raúl hizo justicia a su fama de goleador y cruzó un derechazo que dio la victoria a su equipo. Ocurrió en el último minuto de un partido que sirve para desconfiar de la consistencia madridista, otra vez enredado en una infinidad de problemas defensivos, otra vez roto en varias zonas del campo, de nuevo expuesto a cualquier calamidad, pero sostenido por la facilidad de sus delanteros para encontrar el gol en las circunstancias más complicadas.El partido no fue otra cosa que una moneda al aire. Los dos equipos se vieron presos de sus errores defensivos. Los centrales madridistas volvieron a convertirse en el principal foco de preocupación de la hinchada. Más que preocupación, se trata de un caso puro y duro de pavor. Todas las alarmas se encienden cuando entran en acción Iván Campo y Fernando Sanz, sometidos a un voto de censura que ambos se empeñan en instigar. Sobre todo, Iván Campo. Si Fernando Sanz asume con un cierto estoicismo su grado de culpabilidad, Iván Campo actúa con una actitud temeraria que sólo puede calificarse de irresponsable. Sólo así se explica su terquedad en complicarse la vida en acciones que le desacreditan como defensa. Varios de sus errores se produjeron en el intento de regatear a los delanteros del Zaragoza, intentos que le llevaron repetidamente al fracaso ante la indignación del público, que pedía las sales en cada intervención de Campo. Aunque sólo sea por la buena salud del personal, Campo debería ser más cuidadoso.
Real Madrid: Illgner; Karembeu, Campo, Sanz, R
Carlos; Seedorf, Redondo, Raúl; Savio (Mijatovic, m. 30, Jaime, m. 80); Savio y Morientes (Suker, m.80). Zaragoza: Mondragón; Pablo, Aguado, Paco (Solana, m.65), Sundgren; Vales, Acuña, José Ignacio (Aragón, m.52), Kily, Garitano (López, m.52); y Milosevic. Goles: 1-0. M.20. Raúl, de penalti. 2-0. M. 51. Morientes. 2-1. M.73. Kily. 2-2. M.74. Kily. 3-2. M.90. Raúl. Árbitro: Prados. Amonestó a Campo, Seedorf, Guti, Sanz, Pablo, Kily, Gustavo López y Sundgren. 60.000 espectadores en el Bernabéu.
Como siempre, el Madrid estaba destinado a padecer un calvario por la mala prestación de sus defensas. Junto a los errores individuales de costumbre, se sucedieron los fallos colectivos de rigor. El segundo gol del Zaragoza define los malos conceptos defensivos del Madrid. Nadie le tiró el fuera de juego a Milosevic porque eso resulta imposible cuando la línea defensiva se situa a un metro del portero. En esas condiciones, el Madrid bordea la catástrofe en cualquier balón que le metan en el área.
Para compensar los defectos madridistas, el Zaragoza evidenció otros muy similares. Sus centrales fueron una ruina. Aguado convirtió una inocua jugada de ataque del Madrid en un penalti absurdo. Raúl lo transformó y se despidió del partido hasta el último minuto. Es lo que le hace especial.
El partido discurrió entre las concesiones defensivas de los dos equipos. En el primer tiempo, el Madrid apenas pudo proclamar otra oportunidad que la del gol. El Zaragoza tuvo cuatro, casi todas propiciadas por Iván Campo, que debió salir expulsado por un derribo a Milosevic cuando el delantero se lanzaba hacia la portería. Pero el árbitro le dio un ataque de parcialidad y se evitó la molestia de dejar al Madrid con diez.
Por lo demás, el juego caía víctima del desorden. Redondo pretendió poner criterio, pero el aire sólo le dio para un tiempo. En el Zaragoza se observaba una sobrepoblación de centrocampistas. La única solución pasaba por Milosevic, que actuaba con autoridad sobre los centrales madridistas. El segundo tiempo salió más vistoso, en gran medida porque el partido se descosió definitivamente. Es decir, lo negativo se volvió virtud.
Lo más saludable del Madrid fue la reactivación de Seedorf en la banda derecha, especialmente el segundo tiempo, sobre todo a través de su conexión con Guti. Seedorf protagonizó los mejores momentos de su equipo, que actuó prisionero del extremismo. O sea, entre los padecimientos defensivos y la inminencia de marcar algún gol. Morientes falló tres ocasiones y quedó claro que el Madrid está abocado al máximo dramatismo. Empató el Zaragoza, la gente se preparó para amotinarse y la crisis tenía un carácter alarmante. Pero Guti interceptó un balón, se lo entregó a Roberto Carlos, que metió una comba maravillosa, y Raúl salió del olvido para cobrar un remate que cambió el signo de la tarde. Del calvario al entusiasmo más desbordante. De esta manera tan peligrosa escribe el Madrid la historia.
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