Bosnia, en ebullición
Los acontecimientos de Kosovo, en Serbia, han eclipsado en los últimos tiempos los de la vecina Bosnia, un Estado supuestamente unitario que desde finales de 1995 comparten forzadamente dos entes políticos, otros tantos ejércitos hostiles y tres grupos étnico-religiosos. Pero en la mitad serbia de Bosnia se ha venido gestando una situación insostenible desde septiembre, cuando el ultranacionalista Nikola Poplasen derrotó a la prooccidental Biljana Plavsic en las elecciones presidenciales, ante el estupor de EE UU y Europa. La crisis estalló ayer en dos frentes. Primero, con la fulminante destitución de Poplasen por el plenipotenciario Carlos Westendorp. Segundo, con la decisión de un tribunal arbitral de hacer de la disputada ciudad de Brcko, en territorio serbobosnio, un distrito neutral bajo supervisión internacional. Una decisión largamente aplazada que satisface las aspiraciones de musulmanes y croatas y supone un revés para las ambiciones del más exacerbado nacionalismo serbio.La suma de ambos acontecimientos, aparentemente desconectados, eleva hasta la ebullición la temperatura política de la mitad serbobosnia. Poplasen ha sido expulsado por una sistemática desestabilización política, cuya manifestación más aparatosa es el boicoteo desde hace seis meses a la formación de un Gobierno moderado, única posibilidad para la República Srpska de seguir recibiendo la vital ayuda occidental. El Grupo de Contacto ya le advirtió que estaba abusando de sus poderes constitucionales y "cediéndolos a un Gobierno extranjero", en referencia a la Serbia de Milosevic. Poplasen es el vicario serbobosnio del jefe fascista serbio Vojislav Seselj, a su vez viceprimer ministro de Belgrado. Esta semana, el enfrentamiento había adquirido un tinte especialmente grave: fuerzas de la OTAN precintaron una brigada del Ejército serbobosnio tras comprobar un contrabando de armas e incautarse de dos camiones que transportaban clandestinamente sistemas antitanque y misiles antiaéreos.
Por Brcko, que, según el arbitraje anunciado, será un distrito neutral vigilado internacionalmente, serbios y croato-musulmanes se han manifestado dispuestos a volver a la lucha. Hasta tal punto este puerto fluvial sobre el Sava -fronterizo con Croacia y conquistado por los serbios- suscita las emociones nacionalistas, que su suerte fue aplazada en Dayton y se nombró a un árbitro estadounidense, con autoridad absoluta para decidir sobre la disputa. La razón es que Brcko, un bastión del extremismo serbio y escenario de una feroz depuración étnica, controla un corredor de cinco kilómetros de ancho que es, a la vez, yugular y cordón umbilical de las dos partes, oriental y occidental, del territorio serbio.
Han transcurrido casi tres años y medio desde el final de la guerra y la situación de Bosnia sigue prendida con alfileres. La paz y el concepto mismo del Estado multiétnico reposan sobre arenas movedizas. La OTAN tiene sobre el terreno casi 30.000 hombres en armas, y Occidente -Europa especialmente- lleva gastados en la antigua república yugoslava más de 5.000 millones de dólares, amén de un enorme esfuerzo humano e institucional para intentar sustituir una sociedad tribal por otra predemocrática. Pese a ello, la desconfianza entre musulmanes y croatas sigue siendo insuperable, y en la República Srpska todavía siguen anidando personajes como Radovan Karadzic o Ratko Mladic, los presuntos criminales de guerra más buscados del planeta. Mantener en pie este frágil dominó es, sin embargo, imperativo. Entre otras cosas, porque el hilo que le conecta con realidades como la vecina Kosovo es tan sutil como contundente. Y la caída de una ficha significa otra inevitable tragedia para Europa de alcance impredecible.
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