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Cinismo político

JULIO SEOANE No se pueden tener ya muchas esperanzas. Es casi inevitable reconocer que la campaña electoral viene tensa y desagradable, al menos en su período inicial. Desde la posición del poder, los populares parecen más lúdicos y festivos, mezclando el turismo con el liderazgo, la buena imagen con el esteticismo político, pero mirando de reojo al juzgado de guardia. Desde la oposición, al menos parte de ella, los socialistas vienen más broncos, entran en un discutible cuerpo a cuerpo y comparan en la publicidad de radio al hombre con la persona. Al primero, al hombre, a Zaplana, le atribuyen la aspiración del dinero y el ejercicio interesado del poder; mientras que al segundo, a la persona, a Romero, le adjudican la política como servicio público. Esto entre otras cosas, y todas comparando frontalmente a los dos candidatos. Puede que la idea tenga su origen en un sondeo del CIS donde se aprobaba la actuación del presidente de la Generalitat, pero al mismo tiempo no inspiraba confianza personal. De aquí deducen los estrategas de campaña que en eso consiste el "punto débil" del candidato y hacia él dirigen sus ataques. Confunden así la confianza política con la personal, un error ya clásico y muy ingenuo que les puede salir bastante caro. Clinton produce muy poca confianza personal entre sus electores, pero eso tiene poca relación con la confianza política que despierta en su país. Una vez que se equivocan los conceptos, se puede ver fácilmente que la estrategia ya no se dirige hacia el candidato sino hacia los puntos débiles del ciudadano, hacia cada uno de nosotros. Es bien sabido que todos tenemos una dosis mayor o menor de cinismo político y eso es lo que estimula este tipo de campañas. Los técnicos definen el cinismo político como un conjunto de sentimientos que producen desprecio, suspicacia y pesimismo generalizado sobre el comportamiento de los políticos, algo que tiene más relación con las actitudes sociales en general que con las creencias políticas en particular. Estimular el cinismo político de los ciudadanos no perjudica a un candidato, los perjudica a todos y a la sociedad en su conjunto. En el mejor de los casos, es una estrategia irresponsable. Resulta muy fácil diseñar este tipo de propaganda, no hace falta tener mucha experiencia en campañas electorales, basta con utilizar las preguntas que aparecen en los cuestionarios psicológicos sobre cinismo político. Por ejemplo, afirmar que algunos políticos son realmente los representantes de algún grupo de presión, o que venden sus ideales y rompen sus promesas con tal de incrementar su poder, que la mayor parte del tiempo lo emplean en volver a ser elegidos o nombrados, o que todos son malos aunque algunos son peores que otros. Se puede suponer que no intento dar ideas, sino impedir que frases similares puedan ser utilizadas en los próximos días. Planteada la precampaña en estos términos, no le queda más remedio que seguir por el mismo camino pero a peor, generalizando el cinismo y produciendo una escalada de la tensión. O detenerse ya, hablar alrededor de una mesa y poner unos límites. Algo improbable, pero absolutamente necesario si queremos tener vida civil después del tiempo de campaña

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