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Elogio del socialismo "ligero"

Fernando Vallespín

Nadie puede dudar ya a estas alturas que el programa político de la Tercera Vía ha sido un magnífico éxito electoral. Un éxito que se ha visto, sin embargo, bastante empañado por el escaso entusiasmo que ha suscitado entre los sectores tradicionales de izquierdas y en el mundo del pensamiento o la intelectualidad en general. Si hay algo que desde siempre ha honrado a la izquierda es que, además de vencer, está también obligada a convencer. Pero lo que ya no parece sensato es que siga sin poder escaparse del famoso círculo vicioso, tan bien conocido por la socialdemocracia: que cuando gana, "pierde", y cuando pierde, "gana". "Pierde" porque tras el triunfo electoral se ve obligada a negociar con la realidad y, en el camino, ha de prescindir de muchos de los dictados de la ideología. Pero al menos gobierna. Cuando ha de permanecer en la oposición, por el contrario, puede permitirse el lujo de la autocomplacencia con sus sacrosantos principios, pero es la derecha la que alcanza sus objetivos.Esta última situación la han vivido durante más de una década en países como Alemania y el Reino Unido. De ahí que, con cierto retraso, empezaran a proponer una nueva actitud frente a los recientes imperativos de la política electoral en la sociedad mediática: la importancia central del liderazgo, de los mensajes claros y escuetos, de la escenificación visual telegénica, etcétera. Y, ya en el plano más estricto de las ideas, buscaran un nuevo discurso, apoyado en nuevos think-tanks independientes de los dictados del partido, y se atrevieran a arrinconar los dogmas y a presumir de pragmatismo. Comenzó, en suma, una novedosa labor de alquimia dirigida a transformar el bronce de la sociedad capitalista en el oro de la realización de los principios socialistas. Todo ello sin promesas de grandes reformas del status quo, pero bien conscientes de que la izquierda de finales de siglo sólo puede alcanzar sus fines a partir de un nuevo diagnóstico sobre la realidad.

Prescindamos ahora de las innovaciones de mercadotecnia electoral u otras estrategias dirigidas a ganar las elecciones, como el guiño al centro, por ejemplo, y concentrémonos en dicho diagnóstico. A este respecto yo destacaría tres percepciones que me parecen sumamente acertadas: primero, la des-demonización del mercado y la correlativa reinterpretación de las funciones y "posibilidades" del Estado actual; en segundo lugar, el reconocimiento explícito de la fragmentación del ámbito cultural e identitario, que obliga a recoger apoyos de una pluralidad de grupos sociales que no se dejan englobar ya por el universalismo de la izquierda tradicional; y, por último, la asunción de uno de los rasgos básicos de la política: la dificultad de reconciliar de forma elegante y no contradictoria ideal y realidad, principios y gestión cotidiana. Desde luego, todas estas percepciones van unidas porque es la constatación de esta brecha entre discurso normativo y tozuda realidad la que, en definitiva, ha propiciado estas nuevas tomas de postura hacia el capitalismo y el Estado y frente a la pluralidad de formas de vida. Puede que esto permita explicar la sugerencia que hiciera Blair al referirse a su postura política como un "socialismo de valores". Perviviría el ethos de la libertad, igualdad y solidaridad que desde siempre ha acompañado a la izquierda, pero éste no podría ser identificado ya sin más a una serie preestablecida de recetas de acción política.

¿Por qué? Sencillamente porque la palanca encargada de sustentar el encaje de dichos valores -o sea, el Estado- debe ser reajustada a las nuevas circunstancias. Nadie duda ya de que la globalización es una realidad -y no sólo en su aspecto económico y financiero-. Hemos de despedirnos, pues, del Estado como instancia jerárquica capaz de imponerse a la sociedad que supuestamente "encapsula" y a su entorno más inmediato. En aras de una mayor eficacia -o simplemente para poder realizar sus fines- se ve obligado a "horizontalizarse", a respetar los procesos de autoorganización social e incluso a impulsarlos favoreciendo procesos de negociación y coordinación entre toda una miríada cada vez más plural de actores sociales. Esta "crisis de dirección" no significa que el Estado esté abandonando sus funciones tradicionales, sino que éstas se están reorganizando a la par que se van superponiendo a otras nuevas, generándose en el proceso nuevas funciones e instituciones.

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El éxito del Estado de hoy se mide por su capacidad catalítica, por sus posibilidades para combinar su poder convencional a un imprescindible poder de cooperación, tanto hacia dentro como hacia fuera. La política de nuestros días está inmersa -como no dejan de recordárnoslo algunos sociólogos y politólogos- en una estructura reticular cada vez más densa y compleja de dependencias y relaciones de negociación trasnacionales e internas. Sólo "compartiendo" su poder con otros Estados y/o organizaciones puede conservarlo y multiplicarlo a la vez. La recientemente revitalizada socialdemocracia alemana ha calificado a este Estado como el Estado activador (aktivierender Staat). Y Giddens, en un magnífico libro (La tercera vía, Taurus, en prensa) más dirigido al ciudadano común que al sesudo investigador social, nos habla de las nuevas virtudes de la gobernancia (governance) -frente al más clásico "gobierno"- para referirse a estas nuevas interacciones entre Estado y agencias, regiones, grupos, etcétera.

En todo caso, y éste es uno de los presupuestos normativos esenciales de la Tercera Vía, lo esencial es que este Estado "expanda el papel de la esfera pública" (Giddens), se abra a una mayor transparencia en sus actuaciones, combata más eficazmente la corrupción y aspire a una mayor inclusión en el sistema de los grupos más menesterosos. En la jerga que usamos los politólogos, lo que se necesita es una democracia de "mayor calidad" y de mayor eficiencia administrativa. Esto permitirá "obtener más de menos", sin necesidad de reducir los niveles de gasto social, para dedicar después el excedente en po-

líticas de promoción social selectivas e imaginativas políticas educativas capaces de invertir las tendencias hacia la desigualdad y la exclusión social. Y todo ello con la pretensión de desembocar en un crecimiento ecológicamente sostenible y velando por la salvaguardia frente a los nuevos riesgos derivados de la aplicación de la ciencia y la tecnología. Estamos, claro está, ante presupuestos ideológicos que funcionan como principios regulativos que luego deberán traducirse en decisiones políticas concretas según los dictados de la ocasión y las contingencias del momento.Refiriéndose exclusivamente al ámbito de la literatura, en sus Propuestas para el próximo milenio, Italo Calvino nos habla de las bondades de la "levedad" o leggerezza, de la necesidad de "sustraer peso" a una realidad que ha devenido compacta, inercial, opaca. No creo que sea una mala sugerencia para trasladar al ámbito de la ideología. Sobre todo tras un siglo desgarrado por el dogmatismo ideológico y en momentos de proliferación de los nacionalismos, ideología pesante donde las haya, incapaz de sustraerse a la fuerza de gravedad de la historia y la etnia. Pero, como Aquiles -"el de los pies ligeros", por cierto-, este nuevo socialismo tiene también su tendón vulnerable. Si una de sus ventajas estriba en haber roto con la autocomplacencia con los principios de la izquierda tradicional y sus mecánicas recetas, poco habríamos avanzado si ahora caemos en la autosatisfacción con lo dado y renunciamos a que los valores del socialismo sigan ejerciendo como referente último de nuestras acciones. Deberán seguir proporcionándonos el peso necesario al menos para no ser arrastrados por la fuerza de los mercados y la sociedad mercantilizada. Aunque, ahora que una derecha carente de discurso busca chupar rueda de este nuevo giro de la izquierda, basta con recordar las palabras de Calvino: "La levedad del pensar puede hacernos parecer pesada y opaca la frivolidad".

Fernando Vallespín es catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid.

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Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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