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K / K

Andrés Ortega

"La OTAN amenaza a Turquía para forzar la concesión de autonomía a los kurdos". Evidentemente, tal titular resultaría inverosímil pues Turquía es miembro de la Alianza Atlántica, pieza esencial en la zona y aliada de Israel. Pero hay ciertos paralelismos entre el caso kurdo, que ha vuelto a la palestra con la caída de Ocalan en manos de Turquía, y el de Kosovo, más allá de la coincidencia de su primera letra. Ambos son problemas que amenazan con desestabilizar los Balcanes y Oriente Próximo, zonas con una continuidad, justamente a través de Turquía. Ambos son subproductos del derrumbe de imperios, con el nacimiento de Albania tras las guerras balcánicas en 1913 y la promesa de un Kurdistán autónomo en la estela del final del imperio otomano en el nunca ratificado Tratado de Sevres de 1920. Tres años después, en el de Lausanne, nadie quiso acordarse ya de los kurdos, pese a haber alentado su estatalidad. Hoy, nadie quiere ver ni un Estado kurdo, ni un Kosovo independiente, aunque la presión internacional ha sido grande para los albaneses kosovares, mucho más amplia que la que Milosevic suprimió de un plumazo en 1989.¿Por qué no la independencia? En el caso de Kosovo, porque el cambio o creación de fronteras por la fuerza ya ha llevado a derramar demasiada sangre en los Balcanes. Porque la independencia bloquearía por parte serbia todo atisbo de posibilidad de una salida negociada, como la que se va a seguir intentando, tras las conversaciones de Rambouillet. Además, no sería estable: generaría un movimiento hacia la formación de una Gran (por llamarla de alguna manera) Albania, cuestionando las actuales fronteras de Yugoslavia, Macedonia y la propia Albania. De rebote, podría poner en peligro la paz de Bosnia, si Milosevic se lanzara a reunir a las poblaciones serbias bajo un solo Estado -no ya una Gran Serbia pero sí UNA Serbia-, incluso con un trozo de Kosovo (el más rico en materias primas), lo que a su vez favorecería la separación de la Federación Yugoslava de un Montenegro que ha reclamado una consideración de neutral en caso de ataque contra Serbia. Evidentemente, puede ocurrir cualquiera de estas cosas y algunas aún peores. Mas lo que debería estar claro es que, tanto si se llega a un acuerdo provisional para tres años como si no, la comunidad internacional debe propiciar una solución basada en la democracia, el pluralismo y los derechos de las minorías, no sólo para Kosovo, sino para el conjunto de los Balcanes, pues de otro modo la diplomacia del parcheo acabará por reventar.

En cuanto a los kurdos, nadie, salvo ellos mismos, quiere verlos erigir un Estado independiente, en una zona que, a diferencia de Kosovo, es importante para el petróleo y para lo que puede constituir la gran baza de lucha en el siglo que viene: el agua. A semejanza de los albaneses, los kurdos se han encontrado repartidos entre varios Estados (principalmente Turquía, Irak, Siria e Irán), pero no cuentan con ninguna Albania. Lo más parecido es el norte de Irak, donde la comunidad internacional, con mandato de la ONU, intervino tras la guerra del Golfo para proteger a los kurdos de la represión por el régimen de Sadam Husein. Hoy ese territorio, en donde Turquía interviene a menudo militarmente en persecución de los guerrilleros y terroristas kurdos, está de hecho controlada por los administradores de la ONU. Turquía, Siria e Irán han celebrado recientemente reuniones trilaterales para garantizar la integridad territorial de Irak. En Turquía, los kurdos han tenido que padecer la represión y una total falta de autonomía no sólo política, sino cultural. El primer ministro turco en funciones, Bulent Ecevit, haciendo gala de total falta de magnanimidad tras la detención de Ocalan, ha afirmado que la autonomía para los kurdos "no se plantea". Es el mismo Ecevit que era primer ministro cuando en 1974 Turquía invadió Chipre con la excusa de proteger la minoría turca en la isla. aortega@elpais.es

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