El autonomista desgarrado

P ocas dimisiones resultarían tan dolorosas y tan fructíferas. Manuel Clavero Arévalo (Sevilla, 1926), a pesar de su vasto currículo académico y jurídico, siempre será el hombre que se fue, el autor de aquel portazo ideológico a la timorata visión autonomista de UCD, el propulsor del café para todos. Aquel miembro de segunda fila en los Gobiernos de la transición -en su primer cargo como ministro adjunto para las Regiones vagó durante quince días como alma en pena, sin despacho ni secretaria-, derramó algunas lágrimas antes de consumar un exilio político en esa tierra de nadie que es el Grupo Mixto. Su voluntario abandono en enero de 1980 de la cartera de Cultura, paradójicamente, le catapultó a la primera línea política como ejemplo de integridad, aunque hay quien la recuerda como un acto de prurito personal, más dirigido a preservar su prestigio que a respetar su coherencia ideológica. La experiencia política de Clavero Arévalo ha debido ser por fuerza desgarradora, menospreciado por sus compañeros naturales y aplaudido por sus adversarios. Un conservador de miras amplias al que rechazaba la derecha y a quien rendía honores interesados el socialismo andaluz. Un ministro dimisionario recibido en el aeropuerto de Sevilla como un héroe y bochornosamente ignorado en su intento de encauzar los parabienes hacia Unidad Andaluza, un experimento electoral que pretendía hundir sus raíces en una burguesía andalucista virtual y que acabó como el rosario de la aurora con la inestimable colaboración de las entidades financieras y las formaciones conservadoras. Un político desgarrado entre su naturaleza y la realidad, que se refugió en la enseñanza y la abogacía. Pero dicen que jamás ha respirado por sus heridas porque nunca ha sido lo que se conoce como un animal político. Clavero, aclamado hoy unánimente como uno de los motores del referéndum del 28-F, aceptó sus avatares con aparente humildad -antiguos compañeros precisan que entró "en un aislamiento personal de rencor transitorio"- y se alejó de la refriega política. Desde las aulas cultivó día a día una brillante aureola de catedrático de Derecho Administrativo; desde su despacho tumbó en el Tribunal Constitucional la ley de Reforma Agraria, diseñada por el consejero andaluz Miguel Manaute. Autor, además, de numerosas obras como El ser andaluz o Forjar Andalucía. Las loas que despierta hoy su figura no ocultan, sin embargo, un pasado con rictus autoritarios. De su época de rector de la Universidad Hispalense, entre 1971 y 1975, se recuerda la represión policial en el campus. Una época difícil para lidiar, dada la efervescencia estudiantil antifranquista, máxime cuando Clavero no se caracterizaba por un abierto espíritu dialogante. Al menos, no en aquella época. Antiguos alumnos recuerdan su rigor formal: a Rafael Escuredo lo expulsaría por asistir sin corbata a clase. Y tampoco le gustaban los pantalones de Amparo Rubiales, la primera mujer que entró en su departamento como profesora. Como si respetase su intelecto, pero no su envoltorio femenino. Incluso ayer, al agradecer su nombramiento como Hijo Predilecto de Andalucía, dijo con suma naturalidad que María Peláez evidencia la capacidad de las andaluzas, no sólo en el baile, también en la natación. Como un discurso trasnochado. Los juicios más benévolos atribuyen a su timidez y a su tradicionalismo esa imagen de profesor intransigente. Los más críticos dibujan un perfil egocéntrico, empeñado en reconstruir su propia biografía y mal fajador de la crítica: "Era el único profesor que nos obligaba a esperarle de pie. Si veía a alguno sentado, lo miraba fijamente hasta conseguir levantarlo". Sobre su capacidad didáctica, por el contrario, no aflora la menor discrepancia. Se le describe como brillante y entregado, aunque capaz de aterrar al alumnado en los exámenes orales cuando, con su ceceo característico, espetaba al sujeto de turno: "Precice, usted". Jamás hizo una concesión al tuteo, ni siquiera al invertirse las relaciones, para cultivar una respetuosa distancia. Clavero -compulsivo lector de diarios, trabajador incansable, metódico y ordenado- ha rehuido las frivolidades en el trato y las improvisaciones en la vida. Los cambios siempre le han provocado desazón, como un traspiés que altera el ritmo y obliga a derrochar energías vanas. Por eso su dimisión resultó más desgarradora: le obligó a improvisar un salto en el vacío, a forzar un cambio de rumbo a mitad de faena, a dejar el partido en el segundo set. A él, un tenista vocacional, que hasta hace poco no perdonaba una visita diaria a la cancha; las desavenencias con la UCD no le dejaron más salida que pegar un portazo y conspirar en Punta Umbría (Huelva) con el socialista Rafael Escuredo para defender unas cotas de autogobierno andaluz similares a las de las comunidades históricas. Salvada la travesía por la tierra de nadie, Clavero vive en Sevilla un retiro dulzón, repleto de homenajes a su figura y liberado ya del desgarro de saberse incomprendido por los suyos. TEREIXA CONSTENLA
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