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El mar

Como es lógico, a estas alturas de siglo y de evolución intelectual y tecnológica, Madrid ya tiene mar. Es decir, Madrid tiene mar. Es un punto de vista; a point of view.Lo sabíamos, estábamos seguros de ello los que creíamos en el progreso, los que seguíamos preguntándonos, los que teníamos fe.

"¿Cómo es posible", nos decíamos, "cómo es posible, una vez pisada la Luna, una vez teledirigida esa suerte de cochecillo para extraer fundamental información desde Marte y, digo más, cómo una vez descubierta la fórmula para crear embriones humanos, sin espermatozoides (¡Dioses! ¿Os dais cuenta?), cómo iba a ser posible seguir creyendo que el mar en Madrid estaba donde el Palacio Real, absurdamente ubicado para poder acodarse en la barandilla de los jardines de Sabatini, calle de Bailén, simulando, (¡simulando!) que aquel horizonte que se nos ofrecía, creado a medias entre Velázquez (¡Ave!) y el smog sobre Carabanchel, era, ni más ni menos, que el mar?".

Sabíamos que era una falacia; queríamos creer en ella; necesitábamos, deseábamos tener mar. Pero nunca íbamos a la playa, y, eso, teniendo el mar, el mar, es imposible.

¡Te alabamos, Internet! Porque nos has hecho redescubrir el tiempo y el espacio y saber calibrar que, si en un segundo podemos estar en Alabama, en tres horas de Valencia podemos ver el mar de Madrid.

Consiste en decir, con la conexión adecuada: "Hala, vamos". Y Alabama se acaba, pero el mar es "el mar, el mar, insaciable, insaciable", como tuvo que decir Luis Cernuda, que, además, a lo mejor hasta había pisado la propia Alabama.

Entonces, para ir al mar en Madrid: hay que salir, exactamente, con alguien que sea como tú, es decir, con alguien que entienda tus palabras y tu mirada como si fueran las suyas. No creo en las mezclas, es decir, sólo creo en la comunión con quienes, aparenten lo que aparenten, ves y te ven. Me explico: que no tengas que explicar. Porque está todo claro a la primera, y además, suele coincidir con una estimulante sucesión de sorpresas.

Y, en Madrid, ya se sabe: quedas con José Luis, es el concierto de Mercedes, Javier se va a casa porque tiene gripe, Héctor se queda, Jean Paul también, llega Begoña de Pamplona, vamos a tomar algo, tomamos algo, nos encontramos con Anto que está con Maribel que está con una enfermera, entra Berta, entra Patricia, vienen con Ruth (la otra), con Olivia y con Edita, así que bailamos, unos con otros (que ya es decir, y es, exactamente, a lo que me refiero), tomamos algo más, alguien desaparece, desapareció Patricia, nos vamos a otro sitio, alguien desaparece, desapareció José Luis, desaparecemos, dormimos, nos levantamos tarde, vamos a picar algo, viene Bárbara, baja José Luis, está Anto, Begoña no puede, vamos a la fiesta de María, Esther no viene porque le duele la tripa, está Jesús, se va, conocemos a la prima Belén, Chus baila agitando su cabeza hacia atrás, nos gusta verlo, amanece, es de día, quedamos pocos, vámonos, a dónde, cierto cansancio, silencio: "A ver el mar".

"Vamos" "Vamos" "Vamos" . Tres personas se han puesto de pie, exactamente, las tres personas que se ponen el abrigo, se despiden, bajan, cogen un taxi, se van a la estación de Chamartín, por ahí no se va al mar, otro taxi, estación de Atocha, tres billetes para Valencia, faltan cinco minutos para que salga el tren, cinco minutos es mucho más que suficiente, uno se muere en un segundo, uno no se muere en días, ni en minutos, uno se muere en un segundo, así que tenemos todo el tiempo, ya estamos sentados, el tren avanza, vamos al mar de Madrid.

¡Qué son tres horas! ¡Cuántas tres horas he pasado yo misma tumbada en una cama, mirando al techo, sin ver el mar! Consiste en querer, consiste en creer, consiste en ir, consiste en hacerlo, consiste en verlo, consiste en saberlo, consiste en vivir. Consiste en decir "vamos".

Y entonces, la luz, el brillo, el movimiento, la inmensa posibilidad.

Entonces, como el amor, "el mar, el mar, insaciable, insaciable".

Es un punto de vista; a point of view.

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