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De fijo a móvil

JULIO SEOANE A raíz de los últimos acontecimientos en la política valenciana, surge de nuevo la vieja polémica sobre el transfuguismo. Y una vez más se vuelven a repetir los mismos argumentos sobre los problemas éticos de este fenómeno y se realizan distinciones casi escolásticas sobre tipos, modos y maneras de ser tránsfuga. Hasta las Cortes ocupan parte de su tiempo en discutir sobre estas rupturas ideológicas o pragmáticas con los partidos, un tiempo que quizá fuese necesario para ocuparse del empleo, de la violencia, de las leyes sobre las instituciones científicas o de muchas otras cosas que tienen urgencia y futuro en la sociedad valenciana. Somos injustos, intolerantes y hasta contradictorios al hablar de transfuguismo. Entiéndase bien, tenemos todo el derecho del mundo de valorar y hasta de condenar públicamente la conducta individual de un político concreto, ya sea por sus evidentes motivaciones egoístas o por la repercusión indeseable de sus actos. Pero el fenómeno mismo, el hecho de abandonar un partido, pasar a otro o esperar un tiempo para decidirse, no sólo no es criticable sino que cada día será más normal y frecuente. Otro tema distinto es que la estructura y la burocracia de los partidos políticos no pueda asimilar unos fenómenos para los que no estaban preparados. Una gran parte de todos nosotros estaríamos dispuestos a aceptar como logros democráticos y progresistas la desaparición de fronteras, la sociedad a la carta, el derecho a romper vínculos familiares e incorporarse a otros nuevos, o a elegir libremente la identidad sexual. Valoramos cada vez más la posibilidad de experimentar nuevas creencias religiosas, formas culturales diferentes o sistemas alternativos de salud. Pero cuando nos enfrentamos a la política, aparece de pronto un sentimiento victoriano que nos lleva a valorar lo fijo y determinado, lo inmóvil y definido, lo cerrado y definitivo. Por supuesto que pueden cambiar, dirán muchos, pero que abandonen la política o, al menos, el puesto que ocupan. Algo así como admitir el divorcio, pero devolviendo las cartas y los anillos, sin medios de subsistencia y con la prohibición de volver a vincularse afectivamente. O como permitir las parejas de hecho pero sin reconocerles ningún derecho social, o la libre elección de médico pero pagándolo de tu bolsillo. Porque la política, dicen otros, no debe ser una profesión, apelando de nuevo a sus virtudes éticas. Pero es que ya casi nada es una profesión, nadie es del todo médico, periodista o profesor. En la sociedad actual hay ocupaciones, por las que se pasa sucesiva o simultáneamente en función del desarrollo personal. Nadie se sorprende de que las personas se pasen de un movimiento social a otro. No hay transfuguismo en los movimientos sociales. Existe en los partidos políticos porque mantienen una estructura y una organización que pertenece a otros tiempos. De nuevo hay que repetir que esto no evita la responsabilidad individual de las acciones políticas. Pero hay que acostumbrarse a que ya no existen los puestos fijos, ni las lealtades eternas, ni las ideologías cerradas. Todos tenemos derecho a movernos y, además, con ciertas garantías de existencia. Cambiamos de fijo a móvil, y también en política.

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