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Las peras, el olmo y las crisis monetarias

Mucho se ha escrito recientemente, y se continuará escribiendo, estoy seguro, sobre las crisis monetarias. Esto es comprensible dada la frecuencia, cada vez mayor, y la persistencia de las que vienen azotando a la economía mundial en los últimos años. Lógicamente, los comentarios apuntan a la incapacidad del régimen monetario internacional para prevenirlas a tiempo y así evitarlas y para corregirlas cuando, a pesar de todo, ocurren. Inevitablemente, la mayoría de las críticas recaen sobre la institución emblemática de dicho régimen, el Fondo Monetario Internacional (FMI). Sin embargo, las críticas no han enfrentado todavía las dos cuestiones claves planteadas por el reto de evitar o resolver crisis: primero, si hay alternativa al régimen monetario internacional y a la institución que lo representa, y segundo, si no hay tal alternativa, si el régimen provee al FMI con los instrumentos necesarios para lidiar con las crisis.El régimen actual consiste en normas aceptadas por la comunidad de naciones para fomentar y ordenar el libre comercio de bienes y servicios. La integración económica que así se ha generado pronto se vio fortalecida por flujos de capital progresivamente liberales. De hecho, esta integración representa un objetivo esencial para la comunidad internacional y está por detrás del repetidamente mencionado fenómeno de la globalización. Este conjunto de normas representa un código de conducta internacional en búsqueda permanente de un equilibrio entre los intereses nacionales e internacionales. Para la consecución y el mantenimiento de tal equilibrio son esenciales tanto los mercados (vehículos del objetivo de libre intercambio) como los Gobiernos (responsables de la necesaria coordinación de políticas económicas). La responsabilidad existencial del FMI es vigilar la observación de este código de conducta, sentando así la base de un equilibrio sostenido entre los mercados y los Gobiernos.

Una alternativa a este régimen que se viene abogando recientemente consiste en modificarlo para dar predominio al papel de los Gobiernos y al interés puramente nacional. Esta alternativa trata de dar marcha atrás al proceso de globalización preconizando el uso de controles y restricciones sobre las transacciones internacionales. En su versión moderada, esta alternativa se centra en el control de los movimientos de capital. Pero es indudable (y la experiencia así lo demuestra) que, una vez que se impone la restricción como principio, ésta tiende a extenderse a todas las actividades para evitar que se diluya su efectividad. Existen, claro está, argumentos teóricos generalmente aceptados en contra de esta alternativa basados en la disminución de bienestar económico que traería consigo para todas las naciones. Pero hay también argumentos prácticos poderosos en su contra. Uno de ellos es la duda seria de que sea hoy en día posible controlar las transacciones financieras internacionales, cuya magnitud y velocidad, hechas posibles por innovaciones tecnológicas, han alcanzado niveles sin precedentes. El otro es que, aunque ello fuera posible, requeriría dedicar la mayor parte, si no la totalidad, de los recursos públicos al control de cambios internacionales. Y se puede afirmar con seguridad, creo, que ningún contribuyente estará muy dispuesto a permitir que los impuestos que paga vayan exclusivamente a financiar a una burocracia para regular los flujos de divisas.

Otra alternativa, menos mencionada que la anterior, pero concebible, sería modificar el régimen existente para dar predominio a los mercados y a los intereses privados. Esta alternativa fortalece uno de los fundamentos del régimen actual (el libre intercambio), pero lo haría a expensas del otro (la coordinación de políticas económicas estatales). Y de hecho impondría a la disciplina del mercado como el factor fundamental en la búsqueda tanto de la eficiencia como de la estabilidad económicas. Y aunque a largo plazo ambas son compatibles, se pueden dar, y se dan, situaciones en las que no lo son y la búsqueda a ultranza de eficiencia privada puede resultar en inestabilidad pública. Son conflictos de este tipo los que justifican la actuación estatal y los que explican que ningún país haya aceptado el predominio total de los mercados como principio único de organización económico-social. Los Gobiernos son tan necesarios como las fuerzas de mercado para dicha organización.

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No hay, por lo tanto, alternativa realista al régimen actual. Pero ¿tiene éste los instrumentos necesarios para enfrentar crisis? De no ser así, esperar que seamos capaces de resolverlas sería equivalente a pedir peras al olmo.

En mi opinión, el régimen en operación hoy en día, y la institución que lo representa, el FMI, no tienen las armas que se requieren para confrontar crisis de envergadura sistémica. Existen normas de conducta que si se observaran religiosamente por todos los países participantes en el sistema mundial contribuirían enormemente a evitar crisis. Pero, incluso en ese caso hipotético, no hay -ni se puede esperar que haya- garantía de que las crisis no van a continuar presentándose. Cuando lo hacen y su alcance potencial se extiende al sistema en su totalidad, se precisan instrumentos de alcance equivalente. Y estos instrumentos no los tenemos en la actualidad. Obtenerlos es urgente para resolver crisis. Es más, su presencia transparente y clara también contribuirá a prevenirlas: confianza en que hay instrumentos capaces de resolver problemas es un factor importante para su prevención.

El régimen internacional y el FMI necesitan dos apoyos críticos, que generalmente se perciben como separados, pero que son como las dos caras de una moneda: recursos y autoridad suficientes para confrontar las amenazas al sistema en conjunto. Típicamente, las crisis se manifiestan cuando los recursos disponibles en una economía se muestran claramente insuficientes para cubrir sus compromisos de pago. Las causas de esta insuficiencia varían de caso a caso, pero la característica común de este tipo de problemas es la falta de fondos propios o ajenos (esto es, prestados) para financiar los pagos y las facturas pendientes. Es más, la simple percepción de carencia de recursos suficientes puede desencadenar reacciones (fugas de capital, reducción de flujos) capaces de convertirla en realidad. Una insuficiencia real o percibida de fondos disponibles se manifestó en todas las etapas de la crisis financiera que viene amenazando a la economía mundial desde hace más de año y medio. Se dio en Tailandia, en Corea del Sur y en Indonesia, así como en Rusia posteriormente y en Brasil en la actualidad.

Para confrontar este tipo de situación en economías capaces de afectar al sistema como un todo se necesita que la institución responsable de hacerlo cuente con recursos de la magnitud precisa para dar seguridad de que, con su intervención, desaparecerá la insuficiencia real o percibida de fondos. La escala de recursos requeridos para dar tal seguridad deberá exceder de la necesaria para confrontar el problema de una economía individual, ya que la institución protectora de la estabilidad del sistema tiene que tener medios para apoyar a más de un país. Esto requiere, a su vez, que los recursos de dicha institución representen una proporción significativa de las transacciones internacionales, un nivel que los fondos a disposición del FMI están muy lejos de alcanzar.

Pero la resolución de las crisis no depende sólo de la disponibilidad de recursos. Éstos pueden contribuir a superar momentos críticos de las mismas, pero su resolución requiere la toma de medidas de política económica capaces de eliminar las raíces del problema. Típicamente, se necesita combinar la provisión de fondos (financiamiento) con acciones de política económica (ajuste) si se quiere generar credibilidad en el proceso de eliminación de la diferencia entre la necesidad y la disponibilidad de recursos. Para ello, además de contar con una base adecuada de recursos, el FMI debe gozar de una autoridad en el ámbito de la política económica congruente con la naturaleza sistémica de sus responsabilidades. Tal autoridad es precisa para asegurar que las medidas de ajuste se llevarán a cabo, esto es, que los Gobiernos y los principales agentes económicos en los mercados internacionales contribuirán como corresponde a la resolución de las crisis. Sólo de esta forma será legítimo dotar al FMI con los recursos que necesita.

Es cierto que algo se ha avanzado en todas estas direcciones recientemente. Pero también es verdad que, hoy por hoy, el FMI no cuenta ni con la autoridad ni con los recursos que le permitirían actuar con la determinación y la efectividad requeridas para corregir las crisis. En suma, para recolectar peras necesitamos perales, no olmos. Para evitar y corregir crisis necesitamos un FMI con autoridad y recursos suficientes para así proteger la estabilidad económica mundial.

Manuel Guitián es economista y ex director del FMI.

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