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Tribuna
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Extranjeros

Rosa Montero

Fuimos un país de emigrantes hasta ayer, pero hoy contemplamos con altivez a nuestros extranjeros: a esos modestos visitantes que hacen colas eternas para pillar papeles, o que no se atreven a llevar a sus hijos al médico. En la Universidad de Córdoba han hecho un estudio sobre las empleadas del hogar y han comprobado que las extranjeras están discriminadas. En un oficio ya de por sí difícil (las condiciones laborales de las asistentas suelen ser penosas), a las de fuera se las machaca siempre un poco más. Por ejemplo, trabajan más horas que las españolas y cobran menos. Y, además, dice el informe, a las inmigrantes no se les permite usar el servicio.Lo más fascinante de estos estudios sobre la cotidianeidad más subterránea es que magnifican la visión de los entresijos del alma social; y, así como la gota de agua transparente, arrimada a la lupa de un microscopio, deja ver un hervor de bichejos inmundos, estos informes ponen al descubierto la bestia despreciable que nos habita. Porque no son sólo las empleadas del hogar: por ejemplo, sé de albañiles extranjeros a los que hacen firmar pagas extraordinarias que nunca perciben. ¿Que estos abusos son excepcionales? Por desgracia no: lo excepcional, según todos los datos, es tratar de modo igualitario al inmigrante.

Mira alrededor: a la simpática vecina, al compañero de despacho o al primo Germán, con quien a veces almuerzas. Parecen tan normales, tipos agradables y decentes que se emocionan cuando ven películas de esclavos y que despotrican contra los países imperialistas. Pues bien, a lo peor luego todos ellos ocultan en sus vidas una especie de colonia unipersonal y sojuzgada, una víctima de su despotismo y su maltrato. Hay muchos inmigrantes en nuestro país, y muchos sinvergüenzas que abusan de ellos. Nos hemos convertido en esto al hacernos ricos. La miseria moral suele incrementarse con la bonanza.

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