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Colaboracionistas

LUIS GARCÍA MONTERO Nuestras sociedades miran los horrores de la Historia con un sentido orgulloso de la justicia, porque las categorías del bien y del mal son mucho más claras en la distancia. Denunciamos a los dictadores, nos indignamos todavía con la barbarie de los campos de concentración y las matanzas de Hitler, despreciamos a los que colaboraron con la crueldad del fascismo, toda esa gente que prefirió mirar hacia otro lado para no darse cuenta de lo que estaba pasando. Los ejércitos invasores suelen dejar en su derrota una larga lista de cómplices, políticos vendidos, burócratas complacientes, amantes bien pagadas, ciudadanos sumisos, seres que sufren condena pública por su traición y sus composturas. En otras ocasiones la Historia es más compleja. Bertold Brecht escribió un poema sobre los tiempos sombríos, titulado A los que nazcan más tarde, para pedir indulgencia. Al poeta le gustaba hablar del amor, de los árboles de su jardín y de los libros clásicos, pero la lucha contra Hitler le endureció la voz y los temas, habló sobre la injusticia, la pobreza, la represión, el exilio, y pidió perdón por ello: "los que queríamos preparar el terreno para la afabilidad / no pudimos ser afables nosotros mismos. / Pero vosotros, cuando llegue a suceder / que el hombre sea un aliado para el hombre, / pensad en nosotros / con indulgencia". Esa época de alianzas humanas no llegó nunca, y Brecht debió conformarse con la indulgencia de muchos pensadores demócratas que tardaron en perdonarle su colaboración con la República Democrática Alemana. Después de apoyar en 1953 las medidas del Partido Socialista Unificado contra la sublevación de los obreros, Brecht fue muy poco indulgente con su propia situación: "No estoy a gusto allí de donde vengo. / No estoy a gusto allí hacia donde voy". Perseguido él mismo, Bertold Brecht no colaboró abiertamente con el nuevo terror, pero hubo otros militantes comunistas que, después de luchar contra la explotación y el fascismo, acabaron al servicio de un sistema totalitario y sangriento. Me acuerdo hoy del poema de Brecht y pienso en la indulgencia con la que deberá tratarnos el futuro, porque sigo conmovido por el drama del joven africano de 18 años que se ahogó en el río Guadalquivir cuando intentaba escaparse de su campo de concentración. Los demócratas europeos nos hemos convertido en colaboracionistas amables, en gente que mira para otro lado y se escuda en razones jurídicas para aceptar la miseria de los demás, la muerte de los demás, la explotación de los demás. El orgullo liberal de los demócratas juzga el pasado, desprecia a los dictadores, critica duramente a los izquierdistas utópicos que participaron en un sistema opresivo, pero no se inmuta ante el espectáculo de la pobreza que reina en el mundo, ante la agonía de los jóvenes miserables que se ahogan en las alambradas del Estrecho y en el corazón de nuestras ciudades. Quizá convenga empezar a reírse de la buena conciencia de tanta gente educada, tolerante, razonable, liberal, que colabora todos los días con la muerte. El mundo se está ahogando en nuestras copas de champán.

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