Glòria y las listas MANUEL MARTÍNEZ SOSPEDRA
Cuentan los papeles que la portavoz de EU en el Parlament, Glòria, ha anunciado su voluntad de no volver a figurar en las listas de la coalición para las próximas autonómicas. La diputada ha argumentado que no le parece oportuno que se prescinda del trabajo realizado por los diputados salientes en aras de consenso entre las diversas familias de EU, y que, en todo caso, ella no está dispuesta a encabezar listas o hacer de portavoz sin contar con el respaldo de uno o varios diputados competentes. Naturalmente las maldiciones en arameo han caído sobre su cabeza, y no ha faltado cabeza hueca que ha invocado la primacía del partido ni otras cosas semejantes cuya ubicación sistemática se halla en el cantón de las bobadas. Con todo la anécdota me parece reveladora. Me parece que no soy el único en pensar que la salida de Glòria de las Cortes sería mala para el Parlamento, no abundan ciertamente los parlamentarios laboriosos, competentes y con tirón, y mala para su grupo, al que no va a beneficiar esa salida en términos de votos, y aún menos en términos de trabajo parlamentario durante la próxima legislatura. Del mismo modo no me parece aventurado sostener que esa pérdida sólo beneficiaría a quienes hacen llamadas teléfonicas de juzgado de guardia, a quienes las impulsan, y a quienes las transcriben, gentes todas ellas que ciertamente no son vecinas de la Calle de la Dignidad. La salida sería, en consecuencia, un error esférico, esto es un error sea cual sea el punto de vista (digno) desde el que se contemple. Y, sin embargo, es muy probable que el error en cuestión se acabe cometiendo. El caso que tratamos es, desde luego, sintomático, pero de lo mal que están nuestros partidos y de lo atrasados de hora que se hallan no pocos relojes políticos. La contemplación del escaño parlamentario en términos de prebenda o recurso alimenticio de hombres de aparato podía tener cierta lógica cuando nos hallábamos en presencia de partidos dotados de masiva afiliación, fuerte identificación ideológica y elevada penetración social, que eran muy fuertes en términos de asociación voluntaria y que actuaban en condición de comunidades de creyentes. En un escenario así, y frente a un Estado pequeño y simple, ni era necesaria una elevada cualificación del diputado ni hacía falta otro tipo de representante que el fiel altavoz de la ortodoxia respectiva. Pero ni el Estado actual es así, ni nuestros partidos responden al modelo del partido de masas tradicional, ni son comunidades de creyentes. La realidad política actual es bien distinta, los partidos son asociaciones muy débiles, con identificación feble, cuya base social es tenue y en la que, en consecuencia, el papel principal no está en los clérigos de la ortodoxia, sino en los representantes públicos que son la imagen pública del partido. Y esos representantes deben asumir sus funciones y realizar su trabajo ante un Estado intervencionista, prestador de servicios y suministrador de bienes, que exige de los parlamentarios una elevada cualificación y cierta experiencia para hacer bien su trabajo. En consecuencia son esas cualidades las que deberían ser prioritarias en el reclutamiento de personal al efecto de formar cuerpos representantivos y, por tanto, y como condición previa, para formar listas electorales. Bastante difícil es de por sí obtener ese personal para cubrir unos puestos con las condiciones de trabajo y retribuciones que se ofrecen, como para que, encima vengan unos cuantos apparatchiks a contarnos otra vez el cuento de buena pipa. Bastante fastidiado es hacerse cargo y desempeñar el papel de portavoz cargando con el peso muerto de diputados "de cuota" (que, además, suelen ser varones, las señoras parlamentarias suelen rendir más), como para tener que hacelo sin poder apoyarse en alguno o algunos diputados que, además de ser sacerdotes de la ortodoxia, sepan de qué va la historia y puedan, al menos, hacer un debate de presupuestos o no meter mucho el pie a la hora de debatir una ley de impacto ambiental. Como sucedió antes con Carmen Alborch, ahora y en este asunto Glòria tiene razón. Toda. Lo malo del asunto es que en la materia a la cultura de nuestros partidos les paso algo semejante a los relojes del estado de Mississipi: que atrasan un siglo.
Manuel Martínez Sospedra es catedrático de Derecho Constitucional.
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