Contra la oscuridad Alejandro Mañes
El 10 de diciembre pasado se cumplieron 100 años de la firma en París del tratado por el que España cede a los EE UU la soberanía sobre la isla de Cuba y sus derechos sobre Guam, Puerto Rico y el archipiélago de Filipinas, compuesto por más de 6.000 islas. Como contrapartida los EE UU hicieron efectiva a España la cantidad de 20 millones de dólares. Con este motivo el Club de Encuentro Manuel Broseta organizó una conferencia en la que el profesor Manuel García Castellón, de la Universidad de Nueva Orleans, aclaró diversos aspectos sobre la presencia española en Filipinas. En breves palabras vino a decir que en 333 años de actuación española en el archipiélago, la gestión colonial corrió, de hecho, a cargo de las órdenes religiosas, más empeñadas en evangelizar que en alfabetizar. La instrucción se generalizaría, por fin, tras las reformas dimanantes de la Constitución liberal española de 1869. Los primeros estudiantes filipinos, con su mayor grado de conciencia, deciden organizar una campaña propagandística tendente a acelerar la modernización de la colonia. Principio de tal movimiento sería la novela Noli me tangere, del mestizo José Rizal, obra destinada a denunciar los abusos de las órdenes religiosas, e instigadora, sin voluntad de su autor, del movimiento popular separatista del Katipunan. Culpado y fusilado Rizal, la secesión se consumó en 1898, Aguinaldo proclamó la independencia el 12 de junio y posteriormente España cedió sus derechos a EE UU en el tratado de París. Pocos años más tarde, el escritor norteamericano Mark Twain, recordado por sus novelas de aventuras, como las relativas a Tom Sawyer o Huckleberry Finn, elaboró un profundo alegato dirigido "to the person sitting in darkness", a las personas situadas en la oscuridad, en el cual hacía una apología, análoga a la que en su momento hiciera el ilustrado José Rizal, sobre el antiimperialismo. Los años han transcurrido y hoy en España, quitando una interesante, aun cuando desigual, serie de Televisión Española, sobre la pérdida de las últimas colonias, algún libro reciente de Manuel Leguineche, con título de canción, y unos cuantos textos más, debidos a especialistas, hemos pasado por alto el aniversario. En Valencia el libro de Francisco Pérez Puche, la espléndida recopilación de imágenes y ensayos editada por la Fundación Cañada Blanch, y la exposición del Centro Cultural La Beneficencia, de la Diputación, sobre los valencianos del 98, han invitado a reflexionar sobre el acontecimiento. La lejanía quizás explica, pero no justifica, el escaso interés por el mismo. La propia realidad plurinacional española debe facilitar el recuerdo, que no el olvido, de lo que supone la cultura y la lengua como base de la nacionalidad. Mientras tanto, los EE UU conmemoran eficazmente la celebración y así, entre otros actos en The Field Museum, ha podido visitarse una amplia exposición que, con el título Voyage of a nation: The Philippines, incorpora el nacimiento de un pueblo, como estado soberano, al acervo norteamericano. En fin, una vez más, la crónica de lo que pudo ser y no ha sido, aun cuando en el empeño se esforzaron un numeroso grupo de pensadores mestizos, filipinos, autodenominados ilustrados, de corte modernista, que se acogieron a la metrópoli española con sus ansias de civilización, y se encontraron desvalidos frente a la prepotencia sajona. Por todo ello, 100 años más tarde, merecen cuanto menos, nuestro reconocimiento, en este aniversario de nuestro abandono, entre otras circunstancias, por un puñado de dólares.
Alejandro Mañes es gerente de la Fundació General de la Universitat de València.
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