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Modesta democracia

VICENT FRANCH Los viernes, por una costumbre que se ha convertido en ley, dedico algunas horas a obras pías, y, de entre estas, alguna la cometo conmigo mismo en forma de brindar mi conversación a gente atribulada por la política que me encuentro por ahí. Y, desde luego, a quien quiera probar semejante actividad de ONG aún no homologada no le van a faltar deudos ni clientes. Pero eso sí, es imprescindible escuchar. En eso estaba cuando me encontré dos políticos a los que considero honestos y entregados, gente de izquierda desde los tiempos en que nos apuntábamos a cualquier barbaridad con tal de purgar la comodidad franquista de tantos y tantos. Empezó una conversación suave y deferente pero pronto llegaron las preguntas finalistas y las dudas de los que apenas miraron hacia fuera de tanto andar por la mina de la brega política diaria. Y fue entonces cuando al análisis optimista a que conduzco todos mis argumentos (yo nunca comprendí la mala prensa del Candide de Voltaire entre los políticos en activo con poder, pues acaban rindiéndole pleitesía cuando se les acaba el fuelle) le opusieron una andanada pesimista a modo de rúbrica de todo lo que no tiene solución. Dijeron que el problema político del país, del valenciano, claro, o al menos, el del ámbito fundamental de poder que es la ciudad de Valencia se resume en la lucha tribal protagonizada por dos grupos mediáticos que con el tiempo han ido acomodándose el uno al otro y el otro al uno; insistieron en que los políticos valencianos, todos, los que están en el poder y los que lo pretenden, y mucho más los que ni siquiera aspiran a nada de las dos cosas son simples miriñaques vigilados de cerca y de lejos por los dos consorcios mediáticos clónicos para que de ningún modo escapen del acotado guiñol donde bufonean. Eso dijeron, o así lo interpreto; que la política valenciana se hace básicamente con el espejito espejito que me quede como estoy, y a base de unos ejercicios de simulación, filtración, ataque en tromba, retiradas vergonzantes y órdenes procedentes de simples muecas colgadas de malhumores y cesarismos de papel que pretenden sustituir a partidos, sindicatos, electores, principios éticos y otras antiguallas en las que todos los cándidos creímos y por cuya causa fenecimos a las puertas del circo sin necesidad de que apareciesen los leones. Un pesimismo así en boca de gente honesta y desde siempre puesta en la causa de los que menos pueden, y de los más, apenas si consuela a mi optimismo crónico, que predica a favor de comprender que las novedades en los modos políticos -por bárbaras que resulten-, son también un poco herencia de los descuidos y autosatisfaciones de quienes nos gobernaron hasta hace poco convencidos de que nadie les iba a sacar electoralmente de la equivocación, cosa que, al final, ocurrió, dejándoles en la oposición desconcertados; y, además, las democracias nuevas que nacieron sin actos de heroísmo, con borrón y cuenta nueva necesitan por ley un plus de dedicación de los más comprometidos para que el bicho de la corrupción y la hidra de las inclinaciones mafiosas de los que no han de dar cuenta electoral no acaben contagiando, como ocurre, la buena fe y cándido pesimismo de mis dos interlocutores del viernes pasado entrada ya la tarde noche. Vicent.Franch@uv.es

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