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Olano se inclina en casa ante Mario Cipollini El duelo entre ambos ciclistas acaparó la atención de las Seis Horas de Euskadi

Las Seis Horas de Euskadi, un híbrido entre el ciclismo en pista y la exhibición de los deportes autóctonos, llenó un año más el donostiarra velódromo de Anoeta. La cita, que facilita la experimentación, proponía un duelo imposible: un cara a cara entre Abraham Olano, ídolo local, y el espectacular velocista Mario Cipollini. Ambos ciclistas compararon a solas su velocidad, su resistencia y sus dotes para la contrarreloj. Esta prueba deshizo el empate (el italiano fue más rápido; el vasco, más resistente) y otorgó la victoria a Cipollini, que sorprendió en su terreno al especialista.

Por un momento, que Olano juzgaría largo y opresivo, el velódromo donostiarra de Anoeta se convirtió en el único horizonte de un ciclista cuya morfología no encajaba con los relieves de la carretera. Las formas de aquel Olano, redondas, sí encajaban con el anillo de la pista. Ahí, impresionaba, rendía y una vez al año se permitía el lujo de enseñar el dorsal a muchos ilustres de la ruta, su territorio hostil. Sólo en el escenario de las Seis Horas de Euskadi podía Olano reivindicar su cuota de gloria, su modesta revancha, invitado como especialista de la pista y como guipuzcoano. Todo ha cambiado ahora. Ayer, la prueba, que combina comercialmente espectáculo y sentimentalismos, le homenajeó. De figurante, Olano ha pasado a asumir el papel de reclamo imprescindible. Ahora, con 18 kilos perdidos, una Vuelta y dos mundiales (ruta y contrarreloj) ganados, el velódromo se antoja como un lugar frío, un recuerdo giratorio que anima la amnesia, personal y colectiva. Su duelo contra Cipollini se había convertido en el principal reclamo de la prueba, que, paradójicamente, recurre a apellidos de la carretera para convencer al público. Después, los especialistas de la pista se encargan de asegurar el verdadero espectáculo. La pugna entre Olano y Cipollini proponía tres pruebas diferentes para señalar al más completo de los contendientes. Una, la de velocidad, favorecía claramente al sprinter italiano. Otra, la contrarreloj (tres vueltas al anillo y se contabilizaban los últimos 200 metros), al campeón del mundo de la especialidad. La tercera, una persecución sobre 10 vueltas debía deshacer el esperado empate. Las tandas de persecución y velocidad garantizan el interés del público. Son breves, tensas y emocionantes. El primer envite sonrojó a Olano. Cipollini arrancó desde el peralte, cobró cinco metros de ventaja con un acelerón fulgurante y mantuvo a Olano a esa distancia hasta cruzar la línea. En realidad, no hubo lucha, tampoco en la segunda tanda de velocidad. Resulta infantil rivalizar en sus dominios con el mejor velocista del mundo, aun siendo rápido. Esta vez, el guipuzcoano cambió su táctica y llevó la iniciativa sin aguardar los movimientos del italiano. Cipollini, a su rueda, se divertía. Volvió a imponerse, claro. Sobre el anillo, pesó más el contraste entre sus respectivos estados de forma que la inexperiencia de Cipollini sobre los peraltes. El italiano, bastante fino a las puertas del estreno de la nueva temporada, se ha entrenado en Namibia y pretende perpetuar con más triunfos sus excelentes inicios de temporada. La de Olano, que arrancará (como la de su rival) en Mallorca, no interesará hasta bien avanzado el año. El segundo enfrentamiento, una persecución sobre 2,8 kilómetros, invirtió los papeles. Olano modificó su bicicleta, le acopló un manillar de triatleta y sus clase hizo el resto. Mario Cipollini, con una máquina convencional, estuvo cerca de ser alcanzado por su perseguidor. Ganaría aquel que se impusiera en la prueba contra el cronómetro, en realidad un sprint cronometrado de 200 metros. Al nuevo fichaje del Once-Deutsche Bank se le atragantaron. Olano y Cipollini, que coincidirán muchas veces sobre el asfalto, no volverán a competir de forma tan estrecha y directa. La especialización del ciclismo ha convertido a uno en protagonista puntual; a otro, Olano, en candidato preferente de empresas más ambiciosas.

Sobre todo, un espectáculo

A las Seis Horas de Euskadi, que en sus primeras ediciones solían reconvertirse en ocho o nueve, conviene presentarse provisto de avituallamiento. El programa confeccionado combina las pruebas ciclistas con actuaciones de bertsolaris, exhibiciones dispares (ayer, por ejemplo, hubo acrobacias en moto y carreras de minimotos) y pruebas de deportes autóctonos: sokatira, aizkolaris... Imitando la fórmula norteamericana, los organizadores confeccionan un programa sin pausas. En las gradas, se anima el trasiego del vino y de los bocadillos, y se aplaude por cortesía hasta lo que no convence: ése es el secreto del éxito popular de la cita, de un agradable ambiente de fiesta. Por el anillo de Anoeta han desfilado todos los ídolos locales (Lejarreta, Cabestany, Indurain, Olano) y extranjeros (Zoetemelk, Hinault, Fignon, Moser, Roche, Lemond...) mezclados con los auténticos especialistas de la pista, los que ganan su sueldo compitiendo en pruebas de seis días. Ninguno caló tanto como el suizo Urs Freuler, cuya simpatía comulgaba perfectamente con la predisposición del público. Con un historial rico en homenajes, las Seis Horas de Euskadi, tributaron ayer su reconocimiento a Gianni Bugno y a Claudio Chiapucci. Los pelotaris Beloki y Nagore entregaron a los ciclistas sendas bandejas de reconocimiento esquivando las payasadas de Chiapucci, los saludos a dos manos de Bugno, que después ganaría la prueba de eliminación. La pareja italiana, estrechamente relacionada con la trayectoria de Indurain, siempre ha merecido la admiración de los seguidores vascos del ciclismo, una afición con memoria.

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