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PNV, del autonomismo al independentismo

La apuesta nacionalista para abandonar el Estatuto de Gernika se ha realizado sin debate de la militancia

El cese de la violencia de ETA, aunque todavía no sea definitivo, se ha producido bajo unos parámetros que nadie había previsto con cierta aproximación: ni siquiera quienes el 12 de septiembre de 1998 prepararon, con el Acuerdo de Estella-Lizarra, el terreno para el comunicado difundido cuatro días más tarde por la organización armada. Desde ese día, la sociedad vasca -y en lo que le atañe, la española- vive apresada por sentimientos contradictorios. Por un lado, la tranquilizadora seguridad de que mientras la tregua siga en pie nadie va a recibir un tiro en la nuca o saltar por los aires al poner en marcha su coche. Por otro, la confusión ciudadana suscitada por un efervescente debate político que se vincula al mantenimiento de esa paz precaria, y que, por parte del nacionalismo -el considerado hasta ahora moderado (PNV y EA) y el extremo de HB-, pone en cuestión el marco jurídico y territorial vigente. Siempre se había supuesto que el proceso para conseguir el fin de la violencia en Euskadi sería difícil y complejo, pero casi nadie pudo suponer que sería tan confuso.José Luis Zubizarreta, el que fuera asesor del ex lehendakari Ardanza, ofrecía recientemente las claves de esta situación en un artículo en el que recordaba que el alto el fuego de la organización terrorista no se produjo de ninguna de las formas imaginadas, sino que, "una vez más, [ETA] ganó por la mano a casi todos". "En vez de desistir de su empeño ante la evidencia de su propia debilidad", sostenía Zubizarreta, "aprovechó el resquebrajamiento de la unidad de las fuerzas democráticas para desbaratar, con el señuelo de la paz, las alianzas políticas preexistentes y dejar en escena a los actores que compartían su libreto político y estaban dispuestos a representarlo". Es decir, al PNV, EA y Euskal Herritarrok (EH)planteando sin ambages en términos de "soberanía" o "autodeterminación" lo que el portavoz peneuvista, Joseba Egibar, llama "el hueso político" del "contencioso vasco".

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