_
_
_
_
Tribuna:Populismo fin de siglo
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La derecha hortera

Emilio Lamo de Espinosa

Qué duda cabe que la dictadura del general Franco ha marcado la cultura política de los españoles, entre otros modos, generando un fuerte sesgo hacia el centro y el centro-izquierda, mientras en el centro-derecha se ubica algo menos del 10% de los electores, y en la derecha pura, sólo un 3%. El resultado es que, así como la mayoría del electorado encuentra partidos próximos a los que votar, el votante de extrema derecha se encuentra en una posición casi extraparlamentaria, y ése es el espacio en el que emergen algunos populismos, como el de Gil en Marbella.Por supuesto, ésta es una explicación remota. Otra, más profunda, hablaría del recelo hacia la política, no sé si herencia de la dictadura o ganado a pulso. Pero casi el 70% de los españoles piensa que no tiene ninguna influencia en lo que hace el Gobierno y la idea de que todos los partidos son iguales y que los políticos sólo buscan su propio interés son opiniones extendidas que lanzan a parte del electorado a la abstención o, de nuevo, al populismo.

Como vemos, este populismo -más próximo al de Le Pen o incluso al de Lerroux que al de Perón o Vargas-, es la respuesta a un fracaso parcial de la democracia, bien por falta de representación local, bien por falta de legitimidad general, de modo que Gil es más un síntoma que una enfermedad, que representa a la perfección esa representación de los no representados. Y que, por ello mismo, se asienta sobre una resentida ideología de las anti-ideologías; como Franco, ellos tampoco se meten en política.

Y más aún si se considera la comunidad de Marbella, que ha padecido una administración corrupta ya desde el franquismo y después durante catorce años de mayorías socialistas y que, resentida ante el engaño y la falta de alternativas, se revuelve (el populismo es una revuelta) con malos modos. No la Marbella de casas majestuosas, segundas residencias cuyos propietarios no tienen derecho a voto en las elecciones municipales. Sino la Marbella nativa de pequeños propietarios del sector servicios y sus trabajadores estables (pues también la mayoría son temporeros del periodo vacacional) y, por supuesto, un poderoso sector inmobiliario que apoya al GIL (Grupo Independiente Liberal), pues es el mismo GIL. De modo que con un pequeño censo de votantes (poco más de 50.000), es el paraíso de un personaje a la búsqueda de terreno de caza: pocos votantes y mucho presupuesto.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Gil arrasó así en 1991 con 19 concejales, resultado que repitió en 1995 dejando al PSOE y al PP humillados con 3 y 2, respectivamente. Además, el GIL amplió en 1995 su ámbito de actuación a municipios vecinos (su hijo es alcalde de Estepona), controlando la Mancomunidad de Municipios de Málaga. Con un poder omnímodo, y con los malos modos conocidos, ha reducido los múltiples focos de corrupción a uno solo, ha endeudado fuertemente el municipio (y aumentado los impuestos), pero ha realizado también tareas imprescindibles de mejora de infraestructuras y seguridad ciudadana, de modo que será elegido próximamente con toda seguridad.

Gil es, finalmente, el emblema de la peor España de los años ochenta y noventa. La pasión por el enriquecimiento y el pelotazo, la especulación inmobiliaria, el consumo ostentoso, la confusión entre lo público y lo privado, el estar por encima de la ley, todo ello elevado a la enésima potencia. Sólo que en lugar de hablar de la izquierda chic hablamos ahora de una derecha hortera que hace del mal gusto sus señas de identidad. Pues la zafiedad de Gil es su principal activo; he aquí un hombre que no finge y es natural, tan brutal ciertamente como la naturaleza, y que exhibe sin pudor esa brutalidad. Y así, si hablábamos de patrimonialización de lo público, ¿qué mayor patrimonialización que llamar a su partido con las siglas de su apellido o confundir su papel como alcalde con el de presidente de un club de fútbol, como si fueran (y lo son) empresas de su holding privado? Todo en él es desmesurado, hasta su físico y su modo de hablar. Pues el populismo resentido de Gil es también la revuelta contra el buen gusto y contra todo canon, y en eso (¿también?) es fascista. ¿No era Mario Conde quien estaba Contra el sistema? Pues contra el sistema se alza el GIL, un apellido cuyas connotaciones negativas se vuelven rentables para manifestar que se está contra casi todo: la democracia, la política, los partidos, la cultura, e incluso la buena educación.

Emilio Lamo de Espinosa es catedrático de Sociología.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_