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Tribuna
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El escondrijo de los dinosaurios

Después de la lectura de las ponencias defendidas por Rato, Arenas, Rudi y Zaplana ante el 13º Congreso del PP (admirablemente analizadas el pasado jueves en estas mismas páginas por Patxo Unzueta) y tras la audición de las múltiples alusiones hechas desde la tribuna al nuevo proyecto de centro reformista, el tradicional concurso del millón de dólares podría decuplicar su importe para premiar a quien contestase la pregunta acerca del paradero de la derecha autoritaria en nuestro país. La afirmación según la cual la inmensa mayoría de los ciudadanos adscritos al llamado franquismo sociológico votan a favor del PP no sirve como respuesta: la incógnita por despejar no se refiere a los electores, sino a los políticos en activo.Los mexicanos denominan dinosaurios a los veteranos profesionales del Partido Revolucionario Institucional (PRI) que se han encastillado en el aparato organizativo y siguen no sólo influyendo sobre sus decisiones, sino coloreando sus prácticas. Desde luego, ni las ideas ni las palabras de los documentos oficiales del PP despiden el olor propio del Parque Jurásico. Los oradores del 13º Congreso han hablado de tolerancia, modernidad, diálogo, moderación, progreso, democracia, libertades y derechos fundamentales; el gusto por el léxico de la templanza no ha tenido más serio competidor que la conocida pasión por las esdrújulas de los profesionales de la vida pública: la alcaldesa de Valencia llevó ese énfasis retórico hasta el extremo de inventar el neologismo política austérica.

El intento de localizar a los dinosaurios del PP mediante el examen impresionista de los compromisarios de su Congreso reunidos en Madrid este fin de semana está condenado al fracaso. En la política española no existen ya los biotipos estereotipados que servían de modelos a los caricaturistas de la Restauración y la República; ni siquiera la forma y el tamaño de los bigotes fascistas, inventariados por Eduardo Arroyo en un cuadro memorable que escandalizó hace pocos años a los defensores del orden, tiene ya la fuerza probatoria de los tiempos del franquismo.

Pero, aunque las interpretaciones fisiognómicas no conduzcan a resultados ciertos sobre la materia, los estudiosos del comportamiento seguramente avanzarán algunas hipótesis a partir de la enorme ovación tributada por el Congreso del PP a Manuel Fraga, que irrumpió descortésmente en el plenario desde el fondo de la sala mientras Jaime Mayor Oreja rendía tributo a la memoria de los concejales vascos asesinados por ETA. Nadie debiera ofenderse por el recordatorio de que el partido hoy en el poder, acogido a la retórica del centro progresista y guiado por un presidente que tiene a gala compartir con el laborista Tony Blair los proyectos políticos del siglo XXI, fue fundado en 1976 por un grupo de ex ministros de Franco resueltos a impedir la reforma del sistema autoritario iniciada por Adolfo Suárez; como solía decir Guillermo Brown al discutir con su hermana Ethel, sólo se trata de hacer constar un hecho.

Aznar recogió ayer la maligna broma inventada por el guerrista Roberto Dorado sobre las transformaciones del símbolo floral del PSOE para hacer un chiste patoso relacionado con la fauna: mientras los socialistas han sustituido la rosa por una alcachofa, los populares no están dispuestos a cambiar la gaviota por un loro. Sin embargo, el partido que hoy preside Aznar llevó a cabo en su día una alteración todavía mas drástica en sus señas de identidad: el Partido Popular (PP) refundado por Fraga en 1989 sobre las estructuras, la tesorería, la organización territorial y la militancia de Alianza Popular (AP) no sólo modificó su denominación y sus siglas, sino que llevó a cabo una revisión silenciosa de sus orientaciones políticas e ideológicas.

El giro dado por el PP desde 1990 hacia la moderación y el centrismo no puede ser despachado ciertamente como una simple treta para atraer incautos. La historia de estos veinte años de democracia podría ser escrita como la pelea librada por los diferentes partidos para conquistar, desde la derecha y desde la izquierda, los votos de centro que permiten ganar las elecciones y llegar al Gobierno. Primero UCD, luego el PSOE y finalmente el PP pusieron en marcha estrategias muy semejantes: consolidar ante todo un espacio propio (a la derecha o a la izquierda según los casos) y avanzar después sobre los territorios colindantes para ir apoderándose de manera progresiva de las ideas, de las palabras, de los símbolos y de las políticas del adversario a fin de ganar votos. Desde ese punto de vista, cabría afirmar que el PP ha venido aplicando desde 1993 contra el PSOE técnicas de vaciamiento electoral no demasiado distintas a los procedimientos utilizados por los socialistas entre 1979 y 1982 contra UCD; la diferencia es que el PSOE ha aguantado hasta ahora ese tratamiento de choque sin perder su propio electorado.

Pero el viraje hacia el centro, que inicialmente suele estar aconsejado por razones fundamentalmente pragmáticas, finalmente termina por modificar la mentalidad y la ideología del partido que lo emprende. Ocurrió con Suárez y los reformistas azules procedentes del franquismo. Sucedió con el PSOE y con los militantes formados en la oposición a la dictadura. Y no es descartable que también pueda producirse con el PP de Aznar a costa de los dinosaurios que aguarden en sus escondrijos la oportunidad de volver a los buenos viejos tiempos de AP.

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