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Brad Pitt

Una amiga de Bilbao me hace ver, cuando llegamos a los postres, una diferencia más entre hombres y mujeres. Mi amiga Pilar que tiene, más o menos, una edad como la mía, opina que si a alguno de los hombres maduros -y no maduros- se les presentara la oportunidad de pasar la noche con Julia Roberts, "se tirarían de cabeza", mientras que ella y las de su promoción se pensarían muy mucho si les iba a interesar una experiencia lujuriosa con Brad Pitt. ¿Por cuestión de principios? ¿Porque no les gusta Brad Pitt? ¿Porque excluyen acostarse tarde? Nada de eso. No querrían por una defensa de su condición corporal. Según mi amiga, una señora, cumplida una edad, se siente incómoda en el muy carnoso papel de la amante de un joven. Pero, entonces, pienso, ¿en qué quedamos? ¿Lamenta la mujer no disfrutar la misma opción que algunos hombres respecto a una pareja joven o es ella la que elude la probabilidad de esa opción? De todo un poco. Pero más bien lo segundo, cree Pilar. ¿Lo cree sólo Pilar? Hace poco leí en el manuscrito de un amigo que la atracción general del hombre por una joven acaso no sea más que el efecto de un instinto hacia la mujer fértil, basado en el atávico fin de reproducir la humanidad. En este supuesto, argumenta J. M. Benavente, si la capacidad de procrear comenzara en la madurez, incluso el canon estético se trasformaría. La flaccidez dejaría de ser un menoscabo, la arruga sería realmente bella y la codicia del deseo viajaría desde las pieles lucientes hasta vastos tegumentos desvaídos. ¿Es cabal esta hipótesis? Con ella se explicaría, en términos primitivos, que el señor mayor, pero fértil, no se crea descalificado ante la oferta de Julia Roberts. Y que, en cambio, una señora sufra la censura de una autocontemplación cruel que anule su placer con Brad Pitt. ¿Verdadero? ¿Falso?

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