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Tribuna
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El centro y la política

Algunos han querido destacar como caracterización del centro un supuesto pragmatismo tecnocrático, que reduciría su juego político al que los técnicos que lo ejecuten puedan proporcionar, es decir, más bien escaso e insulso.Desde el centro se defiende la eficacia de la acción política como uno de los valores que deben caracterizarlo. Y la eficacia se sustenta en la eficacia técnica, el conocimiento, el dominio de los procedimientos, lo que podríamos genéricamente englobar en el concepto de preparación o cualificación profesional. La política reclama hoy equipos con la instrumentación intelectual adecuada para abordar los problemas a los que se enfrentan las sociedades desarrolladas y lo que denominaremos sociedad mundial, en toda su complejidad.

Pero una eficiencia que pretenda apoyarse sólo en una fundamentación técnica de la actuación política está llamada al fracaso, es radicalmente ineficiente. Y esta consideración está en la entraña misma de lo que denominamos políticas de centro, porque, al fin y al cabo, la consideración de que la solución a los problemas humanos y sociales se alcanza por una vía técnica podríamos calificarla como idea matriz de lo que podríamos denominar "ideología tecnocrática", ideología en el sentido negativo en que puede tomarse esta expresión, como discurso cerrado, reductivo y dogmático, y lo que llamamos ideología tecnocrática lo es por cuanto se asienta en la despersonalización del individuo y la desocialización de los grupos humanos.

La eficacia de la política no se apoya sólo -no puede hacerlo- en el rigor técnico de los análisis y sus aplicaciones, aunque este valor deba tomarse siempre en consideración. Pero igualmente necesario es el sentido práctico, muy próximo al realismo, al sentido de la realidad que también desde el centro reclamamos. Muchas veces la solución técnica más intachable, la más correctamente elaborada es inviable, o puede incluso ser perjudicial porque los hombres y las mujeres a los que va dirigida no son sólo pura racionalidad, ni sujetos pasivos de la acción política, ni entidades inertes, cuya conducta pueda ser preestablecida.

Sería suficiente esta consideración para despejar las sospechas de puro pragmatismo del centro a las que algunos han querido dar pábulo. Pero la cosa va mucho más allá.

Si para hacer una valoración adecuada de lo que denominamos centro político es necesario mirar a sus presupuestos y los rasgos que deben caracterizarlo, es igualmente imprescindible atender a las finalidades que propone como meta de la acción política que propugna, o cuando menos en qué dirección apunta. Y pienso que los objetivos genéricos del centro político pueden expresarse en estos tres elementos: libertad, participación, solidaridad. Quisiera llamar ahora la atención sobre la participación. La participación la entiendo no sólo como un objetivo que debe conseguirse: mayores posibilidades de participación de los ciudadanos en la cosa pública, mayores cotas de participación de hecho, libremente asumida, en los asuntos públicos. La participación significa también, en el espacio del centro, un método político. En el futuro inmediato, según la apreciación de muchos y salvando el esquematismo, se dirimirá la vida política entre la convocatoria de la ciudadanía a una participación cada vez más activa y responsable en las cosas de todos y un individualismo escapista avalado por políticas demagógicas que pretenderán un blando conformismo social. El centro no es ya que se incline por la primera de las posibilidades, es que se encuentra comprometido hasta la médula con semejante planteamiento. Pero entender la participación como método significa que no se puede hacer política auténtica, a la medida de las posibilidades y de las aspiraciones de hoy, si no es llamando a la ciudadanía a la participación, y de hecho, posibilitándola, haciendo real el método del entendimiento, entendiéndose con la gente.

Lo que supone el método del entendimiento es el ocaso de una ficción y la denuncia de una abdicación. Supone que la confrontación no es lo sustantivo del procedimiento democrático, ese lugar le corresponde al diálogo. La confrontación es un momento del diálogo, como el consenso, la transacción, el acuerdo, la negociación, el pacto o la refutación. Todos son pasajes, circunstancias, de un fluido que tiene como meta de su discurso el bien social, que es el bien de la gente, de las personas, de los individuos de carne y hueso.

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A la habilidad, a la perspicacia, a la sabiduría y a la prudencia política les corresponde la regulación de los ritmos e intensidades de ese proceso, pero queda como coordenada la necesidad de entendimiento -decir, explicar, aclarar, razonar, convencer...-, el carácter irrenunciable de este método, si es que queremos hacer una política de sustancia democrática.

Así que ya no sólo por la valoración que se da a los medios técnicos, sino sobre todo por sus objetivos y su método, resulta inaceptable considerar la posición del centro como puro pragmatismo político. Otra cuestión es si quienes dicen estar en el centro resulten creíbles. Quien quiera situarse en el centro debe ganarse a pulso la credibilidad, con hechos, con actuaciones, con talantes, con capacidad comunicativa y de diálogo, con apertura al interés social, con integridad, con moderación y equilibrio, con eficacia en la gestión pública. Por todo ello, el espacio de centro es el espacio político por excelencia, porque allí se conjugan no los intereses de unos pocos, ni de muchos, ni siquiera los de la mayoría. El político que quiera situarse en el centro debe atender a los intereses de todos, y en todas sus dimensiones. ¿Es imposible? Sí, si la acción política está maniatada por una concepción previa a la realidad y, por lo tanto, excluyente de quien no se adapte a esa manera de ver. Pero sí es posible si por política entendemos interesarse y trabajar en favor de la paz, de la justicia social, de la libertad de todos, ofreciendo soluciones concretas al lado de otras soluciones posibles y legítimas, en concurrencia con quienes sostienen lo contrario: hay mucha política que hacer desde las posiciones de centro.

Digamos que las actuaciones derivadas de una pretensión de gran alcance son perfectibles, y que quien mejor sea capaz de responder a la exigencia planteada será el que estará más al centro. Éstas son las coordenadas en las que se sitúa el centro y los parámetros con los que se mide la nueva forma de hacer política que se vislumbra desde tantas atalayas.

Jaime Rodríguez-Arana Muñoz es catedrático de Derecho Administrativo y subsecretario del Ministerio de Administraciones Públicas.

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