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Un clarín despide a Mariano de la Cruz

Mariano de la Cruz fue enterrado ayer en el cementerio de Les Corts, en Barcelona. El clarín de la Maestranza de Sevilla abrió la ceremonia laica en la abarrotada sala del tanatorio, y el mismo clarín la dio por concluida. El guión recorrió las facetas más conocidas de este hombre que fue muchas cosas; psiquiatra, crítico taurino, actor de cine, gastrónomo... pero sobre todo un hombre completo, un humanista de una enorme curiosidad, una persona que, como pudo verse ayer, será difícil de olvidar por quienes le conocieron, que eran muchos y que estaban allí. Al muerto le hubiera gustado la ceremonia. Probablemente le gustó. No fue fúnebre su despedida. Tuvo el aire amable de un encuentro, de una especie de tertulia filtrada por la tibia luz de un sol de invierno en una Barcelona melancólica. "A las cinco de la tarde...". Tras el clarín se recitaron los versos del Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías, de Federico García Lorca. A continuación, uno de sus mejores amigos, el editor Jaume Vallcorba, resumió con precisión, con un poema de Píndaro, cuál fue el truco vital de Mariano de la Cruz. Dice Píndaro que no hay que perderse detrás de los pájaros de lo inasible, sino acercarse a lo que está al alcance de la mano y saborearlo. Jordi Obiols, hijo de quien fuera su colega y amigo Juan Obiols, nos los recordó como el gran escuchador de la ciudad. Su sobrina, la directora de cine Rosa Vergés, revivió, además de sus vivencias familiares, su faceta de actor. Vergés le hizo encarnar a un albañil y, junto al también desaparecido Néstor Luján, a un pordiosero. La última vez que lo vio, explicó su sobrina, en cama, poco antes de su muerte, De la Cruz le recriminó que no le hubiera llamado para su más reciente película e incluso se mostró dispuesto a bailar claqué si era necesario. "Gracias, Mariano, por enseñarnos a vivir y a morir", concluyó Vergés.

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