Viaje al centro
FÉLIX BAYÓN La derecha española ha elegido un timonel andaluz para su viaje al centro. Es todo un síntoma del cambio que ha ido experimentando la derecha andaluza, que, hasta hace no mucho, parecía más inspirada por Miguel Primo de Rivera que por Winston Churchill. En un plazo relativamente breve, Javier Arenas consiguió desplazar a la vieja guardia de la derecha andaluza y logró lo que hubiera parecido imposible hace diez años: que el PP gobernase en todas las capitales de Andalucía. Cierto es que Arenas contó con la impagable colaboración del PSOE, muy erosionado por una larga estancia en el poder que tenía bastante de estéril rutina, pero también tuvo que inyectar grandes dosis de moderación a una derecha en la que abundaban rastros de intolerancia. En poco tiempo, Javier Arenas consiguió, además, hacer olvidar la mayor metedura de pata de su vida política: aquella imagen crispada que ofreció a las cámaras de televisión cuando tras las elecciones generales de 1993 se resistía a creer en la derrota de su partido y acusaba al PSOE de haber dado un "pucherazo". Pero pensar que su labor al frente del PP andaluz fuese sólo cosmética es un error. Arenas ha sido mucho más que "la sonrisa del régimen" y el "ministro campeón": ha conseguido formar un partido bastante flexible y con capacidad de respuesta. La existencia de restos ultraconservadores en el PP andaluz -como el alcalde de La Carolina, Ramón Palacios, que sigue siendo, además, presidente de la comisión de listas- parece depender más de la voluntad del propio José María Aznar -principal lastre, quizá, del viaje al centro- que del nuevo secretario general del PP. La flexibilidad de la derecha andaluza se ha demostrado en algunos giros tan espectaculares como el que ha hecho que el PP pasase de ser el principal apoyo del GIL a ser su competidor. Esta flexibilidad, casi contorsionista, podría serle al PP de mucha utilidad si sabe aplicarla convenientemente. Hasta ahora, el difícil diálogo que el Gobierno central viene manteniendo con la Junta de Andalucía se ha convertido, paradójicamente, en uno de los principales apoyos políticos de Manuel Chaves, que en lo que llevamos de legislatura ha mostrado más virtudes como opositor al Gobierno de la nación que como gobernante de Andalucía. El deshielo en las relaciones entre Madrid y Sevilla resulta necesario: no es lógico que el Gobierno de la nación siga dando la espalda a la más extensa y poblada comunidad autónoma, ni que no exista ningún diálogo entre Aznar y Chaves. Es improbable que el PP pueda ser alternativa al PSOE andaluz mientras siga alimentando de reivindicaciones razonables a la Junta de Andalucía. Y, por supuesto, no es bueno que el PSOE andaluz carezca de alternativas. La continuidad en el Gobierno de personajes de talante ultraconservador como la ministra de Justicia o el propio vicepresidente Álvarez Cascos sigue poniendo en duda la sincera vocación centrista de Aznar. La política respecto a Andalucía es probablemente la mejor prueba de si el viaje del PP al centro político es sólo cosmético o si, en cambio, situando a Arenas en la secretaría general, Aznar apreciaba más su talante que su sonrisa.
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