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La noche de los cohetes locos

En Olula del Río, huelga decirlo, no inventaron la pólvora. Pero, sin embargo, sí es uno de los lugares en los que mejor uso se hace de un hallazgo tan tristemente ligado en demasiadas ocasiones a la crueldad bélica. Son las diez menos cuarto de la noche del 19 de enero. El calendario recuerda la víspera de la festividad de San Sebastián y las campanas de la iglesia de este municipio del interior almeriense repican a modo de advertencia. El tercer y último toque -el toque de queda para los más cautos- será a las diez en punto. A partir de ese momento se abre la veda para la juerga de la pólvora. Todo aquel que se atreva a lanzarse a la calle será responsable de su propia integridad. Hasta bien avanzada la madrugada, las calles de Olula de Río se iluminan con la nerviosa y veloz trayectoria de las carretillas, unos cartuchos de pólvora prensada que muchos conocen ya como " los cohetes locos sin rabo", definición que alude al imprevisible recorrido de las carretillas que carecen de un cabo que prender. La fiesta arranca de la plaza del pueblo. Allí se van concentrando los carretilleros, todos perfectamente ataviados para la ocasión. Pasamontañas, gafas, guantes, monos de azul currante o el uniforme de la mili, son prendas indispensables para evitar un mal encuentro con las chispas ardientes que desprenden las carretillas en su alocada trayectoria. Amén del ropaje especial, es también preciso ajustar las prendas con cinta aislante para evitar que cualquier carretilla se puede introducir entre las ropas. Pese a todo, siempre hay percances. Protección Civil y Policía Local aguardan el desfile de accidentados: el año pasado fueron 48 las personas atendidas por quemaduras, contusiones y comas etílicos. Y es que la juerga de la pólvora acoge como propia la acepción de desenfreno. Muchos de los que, tras el tercer toque de campanas, van llegando a la plaza ocupan una de sus manos en arrastrar el talín -una especie de caja en la que se custiodan las carretillas- y la otra en acurrucar la botella de alcohol que calienta el cuerpo con la misma efectividad que la pólvora impone su olor. El particular e intenso aroma de la polvora quemada se une a la nebulosa blanca del humo que, junto a la impresionante luminosidad que se apodera de todo el municipio, se convierte en un espectáculo al que resulta imposible sustraerse. Aunque resulta difícil localizar en el tiempo el origen de esta fiesta que rinde honor a San Sebastián y San Ildefonso, las primeras noticias de la tradición se remontan a 1605. Fueron los repobladores de Olula del Río, en su mayoría gentes llegadas del Levante español, los que introdujeron en esta zona de la provincia almeriense su afición por la pólvora. El concejal de Cultura, Francisco Lorente, asegura que la fiesta no se ha abandonado ningún año y se congratula de la cada vez mayor incorporación de mujeres que, ajenas al temor, se encienden carretillas. La cantera de Olula- un pueblo de 6.200 habitantes enclavado en la comarca del mármol- está asegurada. Sólo el viernes, primero de los tres días de fiesta, fueron 160 los chavales que, un par de horas antes de que se desatara el jolgorio de los mayores, hicieron gala de su afición piroctécnica. Más de 8.000 docenas de carretillas convertirán hasta mañana las calles de Olula en un incesante chisporrotear luminoso, sólo apto para atrevidos. El curioso despitado, siempre que no sea especialmente aprensivo, podrá disfrutar de un panorama pirotécnico inigualable. Sólo es preciso permanecer inmóvil cuando uno de los cartuchos de pólvora se aproxima. Las corrientes de aire es lo único que respetan los cohetes locos.

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