La generación del lodo
A todos, hasta a los más remolones, les llega la hora de dejar las faldas de mamá y buscarse los garbanzos por su cuenta. En frente, una enorme extensión de agua llena de vida, y de alimento. Detrás, los padres (adoptivos) de las criaturas. Y alrededor, un corro de periodistas, cámaras, altos funcionarios y hasta un consejero de Medio Ambiente. No tuvieron dudas: salieron volando hacia el lucio, su nuevo hogar, a celebrar su mayoría de edad con un ruidoso chapoteo. Nadie podrá decir que tuvieron una infancia fácil. Sobre todo los que se salvaron por los pelos (y por el empeño de voluntarios y empleados del Parque Nacional y el Parque Natural de Doñana) de la riada de agua ácida y lodos tóxicos en que se convirtió el río Guadiamar el pasado 25 de abril. "Las cercetas pardillas tenían sitio reservado", recordaba ayer Celia Sánchez, veterinaria del Parque Nacional. En los primeros días tras el vertido de la balsa minera de Aznacóllar, en las incubadoras del centro de recuperación de El Acebuche, colgaron el cartel de "completo". Incluso, hubo que adquirir nuevas instalaciones para poder atender la avalancha de huevos (890) y pollos (14) que fueron recogidos para evitar la marea de barro que inundó sus nidos y que acabó con la vida de varios ejemplares de fochas y ánades reales. En las incubadoras de El Acebuche eclosionaron y salieron adelante crías de avocetas, garzas, calamones, patos reales, fochas y pollas de agua. "El 60% de los ejemplares han sobrevivido, aunque en las especies más amenazadas se salvó casi el 100%", recapituló Javier Cobos, director del Parque Natural, tras la suelta en la finca La Veta de la Palma, en el término municipal de Puebla del Río (Sevilla), de las cercetas pardillas. En el caso de estas anátidas en peligro de extinción, sólo se quedaron por el camino dos pollos. Otros 15 dejaron ayer la tutela de los veterinarios. Fiesta acuática A la fiesta, elevada a rango de acto social por las palabras del consejero José Luis Blanco, se apuntaron también 46 cercetas pardillas criadas en cautividad en la Reserva Natural de La Cañada de los Pájaros. Hubo incluso polizón a bordo: un pollo criado con la generación del vertido tóxico en El Acebuche. "Lo recogimos enfermo en la marisma y como tenía la misma edad lo pusimos con el grupo", explicó Celia Sánchez. La veterinaria del Parque Nacional recordó el trabajo de los voluntarios. "Ha sido un descubrimiento conocer a gente con tantas ganas de ayudar". Una labor indispensable, por ejemplo, para la supervivencia de los pollos de garza imperial, los "más complicados", según Sánchez. "Primero había que darles de comer a mano, y cuando crecieron les tuvieron que enseñar a pescar en una laguna cerrada donde les llevaban el alimento". Con los pollos de cerceta pardilla fue más fácil. Sólo necesitaron alimento, corrales limpios y el calor de una lámpara. Con los 62 ejemplares soltados, los lucios de La Veta de la Palma -una finca privada de 10.000 hectáreas, 8.000 en el Parque Natural-, acogen a un centenar de cercetas pardillas. Todo un privilegio si se tiene en cuenta que la población de esta acuática roza los 3.000 ejemplares en España y Marruecos. Una comunidad además aislada de la que vive (más abundante) en Asia. En las 3.000 hectáreas inundadas de agua de la Veta de la Palma conviven hasta 100 especies distintas de aves y en verano, por ejemplo, cuando Doñana está seca, aquí (el Guadalquivir garantiza el aporte de agua), se juntan hasta 15.000 flamencos. "Para nosotros es un perjuicio, claro", apunta Salvador Algarín, representante de la finca. Su principal actividad es la acuicultura: la cría de doradas, lubinas, lisas y camarones. Un negocio rentable, a pesar de la hostilidad de la naturaleza. "Algunas aves compiten con los peces por el alimento, otros se los comen directamente", explica Algarín. Un águila pescadora, con una dorada entre las garras, alza el vuelo para darle la razón.
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