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Larga duración

Dicen de él que es frío y hermético, como Franco; que a nadie, ni siquiera a los más cercanos de su entorno, comunica sus intenciones, como Franco; que no tiembla su mano cuando decide prescindir del amigo de la víspera, como Franco; que no gusta de movimientos arriesgados, fiando al paso del tiempo la resolución de los más intrincados problemas políticos, como Franco; que su mayor ambición es la estabilidad duradera o la duración estable, como Franco.Y rola rolando, va forjándose la nueva leyenda, alimentada por admiradores y detractores, del gobernante discreto y metódico, a la que él mismo añade también su grano de arena cuando destaca como los más cumplidos logros de su mandato la duración de su primer Gobierno y la seguridad de agotar la legislatura. Todas las virtudes, o todos los vicios, que se le atribuyen pertenecen al género del gobernante que mira más allá de la coyuntura presente, que tiene clavada en el futuro su mirada y no se deja aturdir ni ofuscar por el ruido ni el humo de circunstancias pasajeras; del que mira más allá porque está seguro de permanecer, pero también por tener los pies bien asentados en la tierra: quizá así avanza más lentamente pero es más difícil que retroceda.

No se vea en la gestación de esta leyenda y en su festiva aceptación por el interesado una cuestión más de carácter, de personalidad. Lo es, sin duda, pero al servicio de una estrategia que consiste en provocar en lo que queda de año el desplazamiento hacia su partido de un sector de la ciudadanía que hasta las últimas elecciones ha sido muy fiel a su adversario. La leyenda de que él es como Franco y el mensaje de estabilidad inherente a esta fusión fría no tienen más objetivo que ganar para el PP lo que otro político con extraordinarias dotes para tranquilizar al público consiguió hace cerca de 20 años para el PSOE: el voto masivo de los jubilados y de las amas de casa. Cada cual sabe por propia experiencia que nada intranquiliza más a estas personas que los anuncios de crisis, las amenazas de tormentas, los cambios imprevistos, los augurios de desastres: por no mudar, ni siquiera de los muebles desvencijados aceptan desprenderse. Han pasado la mayoría de ellos muchos sobresaltos en la vida, han tenido que abrirse camino en tierras extrañas, han conocido tiempos de penuria y de inseguridad, han dudado de la capacidad del Estado para hacer frente a sus compromisos con las pensiones y las recetas. Se han ganado, y así lo creen y lo demandan, un derecho a la tranquilidad, a contemplar la puesta del sol en la seguridad de que a la mañana siguiente volverá a amanecer y no faltará una medicina que tomar, una pensión que llevarse a la boca.

No es probable que de aquí a las próximas elecciones, el PP pierda el sustancial apoyo entre jóvenes y clases medias urbanas que ha ido conquistando paso a paso en esta década que toca a su fin: tendrían los socialistas que componer tanto su rostro y aclarar tanto su lenguaje que difícilmente, salvo quizá en Cataluña, abordarán el inminente ciclo electoral con posibilidades de recuperar el terreno perdido entre quienes fueron también suyos cuando comenzaban los años ochenta. Y si esto es así, si lo que queda por perder al PSOE, o lo que falta al PP para conseguir la mayoría absoluta, vive de la pensión y va a la compra por la mañana, ¿qué mejor mensaje que presentar un récord en Gobierno largo y en legislatura sin otro término que el impuesto por la Constitución?

De ahí que hayan comenzado ya, con un año de antelación, a contar los días que el Gobierno lleva en el puente de mando: 32 meses bien cumplidos, nos ha dicho el portavoz recordando que ninguno ha durado tanto. ¿Ni siquiera los de Franco? Sí, los de Franco sí duraban tanto, incluso alguno duró un poco más. Pero de eso se trata, precisamente, de seguir alimentando la leyenda de que al presidente le adornan las mismas cualidades de gobernante que a Franco: con él podemos vivir tranquilos y seguros.

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