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ECONOMÍA SOCIAL La alternativa de la cooperación

Desde muy antiguo, el hombre ha practicado las ventajas del asociacionismo y de la ayuda mutua; sin embargo, es a mediados del siglo pasado cuando un grupo de tejedores parados de la ciudad inglesa de Rochdale decidieron unir sus fuerzas para defenderse de las precarias condiciones de vida impuestas por el modo de producción capitalista, dando lugar así a la primera experiencia cooperativa reglada de la Historia. El estado de miseria y de explotación generalizada de la clase obrera de la época le hizo comprender, pues, que sin dinero, sin armas y sin cultura, su único poder residía en ella misma y la única solución era unirse. El sindicalismo y el socialismo constituyeron las otras dos alternativas a las que recurrió el incipiente movimiento obrero de aquella época con la intención de provocar un cambio profundo de la sociedad. Sin embargo, y a diferencia de sus hermanos doctrinarios, el cooperativismo rechaza la fórmula de la confrontación entre las partes, prefiriendo, por el contrario, apostar por un modelo de producción alternativo, en el que el trabajador adquiera una doble cualidad: la del trabajador y empresario a la vez. De este modo, no sólo se superan las tradicionales relaciones de clase, sino que se apuesta por una nueva cultura empresarial gestada, desarrollada e impulsada por los propios trabajadores. Por ello, el modelo cooperativo de producción representa la forma más radical de democracia industrial, dado que, teóricamente, los miembros de una cooperativa cuentan con unas cuotas de poder y unos niveles de participación que serían impensables en otro tipo de organizaciones. Sin embargo, las posibilidades de la cooperación no se agotan en el campo de la producción, ya que, desde sus orígenes, el movimiento cooperativista ha aspirado a un modelo integral de sociedad, en el que todas las actividades humanas fuesen cooperativizadas, desde la producción y financiación hasta el consumo y comercialización de los bienes materiales. De este modo, con independencia del contexto social, económico, geográfico e, incluso, político, la vía de la cooperación ha demostrado un enorme potencial en el desarrollo económico y social de aquellas comunidades en las que se ha implantado. Experiencias como la de Mondragón o los kibbutzs israelitas así lo confirman. Así, pues, de las tres alternativas a las que en su momento recurrió el movimiento obrero para llevar a cabo una transformación profunda de la sociedad, sólo el cooperativismo se ha mostrado eficaz y coherente en la aplicación de sus principios originarios, ya que los sindicatos se han resignado a que la democracia quedase paralizada frente a las puertas de las fábricas, y, por su parte, los partidos socialistas, una vez instalados en el poder, a menudo han puesto en práctica una política conservadora y de corte neoliberal, contraria a los intereses de clase que dicen representar. En las sociedades occidentales, la globalización de la economía y, en consecuencia, el constante deterioro del Estado de Bienestar Social, exigen, sin embargo, una pronta y eficaz respuesta por parte de la generalidad de las fuerzas progresistas. Y ésta no puede ser otra que la traslación de los mecanismos democráticos de la sociedad civil al mundo laboral. Para ello sería, sin duda, necesario abandonar el "verbalismo revolucionario" y la estrategia de la aparente confrontación que vienen caracterizando a dichos agentes políticos y sociales, en pro de un nuevo modelo de relaciones laborales centrado en la participación, que implique un verdadero reparto del poder y de los beneficios en el seno de las empresas. Un mayor grado de implicación y compromiso de los trabajadores en el gobierno de sus respectivas empresas debe redundar en una mayor eficacia productiva, contribuyendo así a la estabilidad de los puestos de trabajo; sin que ello conlleve, necesariamente, un mayor grado de alienación por parte de los trabajadores, quienes, de hecho, ya se encontrarían alienados por el consumo. Como contrapartida, los empresarios han de aceptar un recorte de su poder y soberana autoridad tanto en la empresa como en la sociedad en general. En definitiva, ya sea a través de la autogestión o de la congestión, lo cierto es que la cooperación constituye la alternativa más eficaz y democrática para soportar los cada vez más intensos y feroces envites de este nuevo capitalismo mundial e indómito. Antonio José Romero Ramirez, premio Arco Iris 1997 a la mejor investigación sobre el cooperativismo.

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