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Bocetos de la colonia perdida

A finales del siglo XVIII España ya no era la potencia colonial que había descubierto a todo el mundo un continente. Pese a que conservaba posiciones estratégicas en el Pacífico, podía hacer poco más que sacar pecho ante la imparable expansión inglesa por el norte de América. Con un afán explorador "de motivaciones en gran parte obsesivas e ilusorias", según el catedrático de Historia Moderna Enrique Jiménez, el marino mallorquín Juan Pérez avistó en 1774 el islote canadiense de Nootka, a la sombra de la isla que pasaría a la historia con el nombre de Vancouver, y el enclave se convirtió en la fortificación española más septentrional hasta 1792, cuando pasó a manos inglesas. La muestra Nootka. Regreso a una historia olvidada expone desde ayer en la Universidad de Alicante reproducciones de mapas e ilustraciones realizadas por los marinos españoles que exploraron el noroeste de lo que hoy se conoce como Canadá. La exposición supone un trabajo de recuperación de la memoria, ya que documenta la presencia española en la isla, prácticamente desconocida por cuanto la historia de este enclave se escribió en inglés desde su cesión a Gran Bretaña. "La historia siempre la escriben los vencedores", apuntaba ayer Emilio Soler, uno de los autores de Nootka 1792, un libro editado con motivo de la exposición. Por ello la isla de Vancouver se llama ahora así y no Isla de Cuadra y Vancouver, como se pactó en un principio en honor de los dos negociadores del acuerdo por el que España perdió la soberanía de Nootka, Francisco Bodega y Cuadra y Georges Vancouver. A los españoles les interesaba Nootka en función del hallazgo de un mítico Paso del Noroeste, supuestamente descubierto en 1533 por Lorenzo Ferrer Maldonado hacia los 60 grados de latitud norte. Si dicho paso existía realmente, la isla, situada 11 grados hacia el sur, resultaría ser un estratégico enclave. La crisis de Nootka se desató en junio de 1789, cuando al puerto llegó el paquebote Argonauta, al mando del capitán inglés James Colnett. Venía cargado de mercancías y Colnett pretendía tomar posesión del puerto, formar en él un establecimiento y fortificarse. El capitán sevillano Esteban José Martínez, que había llegado a Nootka días antes, le comunicó que el puerto se hallaba bajo soberanía española y resultaba imposible atender sus peticiones. Dado que Colnett no cejó en su empeño, fue apresado, al igual que otras dos embarcaciones inglesas que llegaron al puerto en los días sucesivos. El primer secretario de Estado español, el conde de Floridablanca, tomó la decisión de reforzar los acuartelamientos españoles en la isla y reclamar al Gobierno británico un castigo para sus infractores. El primer ministro, William Pitt, respondió que era Gran Bretaña la agraviada, por lo que pidió una compensación. La rencilla procedía de las dudas existentes respecto a la soberanía del puerto. Los ingleses esgrimían que el cacique indígena Macuina -cuyo retrato con el sombrero de mando preside la exposición- había vendido a los ingleses los terrenos del puerto. Los españoles, por el contrario, sostenían que Macuina les había asegurado que "sólo había permitido establecerse en el puerto" al capitán inglés Meares y que la cesión del puerto y las playas circundantes sólo se la había hecho al rey de España. Dado que Gran Bretaña jamás dio señales de ceder a los argumentos españoles, la única salida era la guerra, y en las condiciones en que se encontraba España, esto habría sido su perdición. Por ello se firmó, en 1792, el Tratado de San Lorenzo el Real, en la práctica una rendición sin condiciones y una afirmación de que España, en el contexto internacional, ya no pintaba nada. Afortunadamente, los que sí pintaron fueron los cartógrafos, pintores e ilustradores que viajaron en las sucesivas expediciones españolas al noroeste americano. Son sus trabajos -mapas, paisajes de la bahía, retratos de los indígenas- los que permiten conocer cómo fue la Nootka que conocieron, y son esas láminas las que componen la exposición e ilustran el libro.

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