Rigoberta
La campaña de deslegitimación del indigenismo político en América Latina tiene diferentes plataformas de actuación: se asesina a monseñor Gerardi, autor de un informe con nombres y apellidos sobre la represión militar, o se busca desacreditar al obispo de San Cristóbal de las Casas, Samuel Ruiz, y al subcomandante Marcos, mediante calumnias o escritos al servicio de la modernidad agredida o cuestionada por el indigenismo. Ahora le toca a Rigoberta Menchú. Ya se trató de rebajar su estatura moral y política con el argumento de que Me llamo Rigoberta Menchú se debía más al talento publicista de Elisabeth Burgos, la escribidora, que a la dramática biografía de Rigoberta. Ahora, el New York Times da cauce a las averiguaciones del antropólogo Stoll, que señala exageraciones y omisiones en las confesiones autobiográficas de Rigoberta; por ejemplo, es cierto que a su padre lo quemaron vivo en el asalto a la Embajada de España, que ella misma tuvo que exiliarse cuando era casi una niña y que su hermano fue asesinado por los militares, ¡ah!, pero no quemado vivo, solamente baleado.La ofensiva contra la Menchú apunta a la descalificación de la reconversión de la guerrilla en movimiento político con posibilidades de llegar al poder en Guatemala, porque se acusa a la premio Nobel de no denunciar suficientemente los crímenes guerrilleros. Dante Liano, escritor guatemalteco, colaborador con Gianni Minà y Rigoberta en la redacción de Rigoberta Menchú, la nieta de los mayas, ha lanzado al mundo entero, desde Italia, un formidable alegato de denuncia contra el frente antropológico-pijoliberal antiindigenista. Cuando entrevisté a Rigoberta para Y Dios entró en La Habana percibí que estaba ante una convincente analista política que casi todo lo aprendió defendiéndose de los militares, de los paramilitares, de algunos antropólogos y de los intelectuales de izquierda que piden perdón por haberlo sido.