CASTO SOLANO ESCULTOR "Si cambio de rumbo, no será porque me lo diga la escuela vasca"
Casto Solano (Olazagutía, 1958) tiene un reconocimiento popular indiscutible. El punto de inflexión en su carrera se produjo con la Expo de Sevilla, a raíz de sus esculturas en los pabellones de España, Euskadi y Rusia. Aunque mucho antes ya había decidido abandonar su trabajo en la torre de control de Foronda para centrarse en el arte. Él es el padre de una de las figuras más visitadas de Vitoria (se titula Reflexión, y representa a un torero sentado en plena calle Dato). Este último otoño terminó dos trabajos importantes: en Ceuta ha colocado la figura del fundador de la ciudad y en Cuba ha elaborado una fiel escultura del Che en bronce, de casi dos metros de altura y que conmemora el 40º aniversario de la revolución. Entre sus próximos proyectos figuran dos encargos para París: una exposición en el Senado y una escultura junto a la plaza de la Bastilla. Pregunta. ¿Por qué la imagen de un niño, su hijo menor, está presente en sus dos últimas obras? Respuesta. Es parte de mi vida, tenemos tres niños de 13, 10 y 3 años. Con eso satisfago mi necesidad profesional, y también la de estar con mi familia. P. Su éxito ha sido muy rápido. R. Normalmente cuento una anécdota referida a Suárez Alba. Es un gran pintor y yo hablaba con orgullo de él cuando iba a Bilbao, pero nadie lo conocía. Así que me di cuenta de que hay que salir fuera para poder triunfar. Y otra cuestión: puedes hacer una obra de arte aunque guste a la gente o también aunque no guste. La gran suerte que he tenido es la capacidad de comunicación con la gente. P. Ha seguido el camino del arte figurativo, opuesto a los grandes escultores vascos. R. Empecé haciendo un arte más abstracto, pero sentía que me costaba muy poco hacer obras así. No me encontraba realizado. Es cierto lo que dicen Oteiza y Chillida, que lo importante es el vacío o que lo profundo es el aire. Pero te das cuenta también de que la superficie es infinita. Uno puede estar abstraído, ascendido y pasar de todo lo material. Pero es en un instante. Porque el resto del día tienes que comer, hacer las necesidades fisiológicas... En el 99% de la vida somos exactamente iguales, Oteiza, Chillida y los demás. Si un día voy a otro lado con mi escultura será porque me aburra de hacer algo excesivamente realista. No porque me lo diga la escuela vasca. P. Eso no quita su admiración a artistas como Oteiza. R. Sí. Le admiro porque ha demostrado que es un todoterreno. Pero que al mismo tiempo es un fuera de serie compitiendo con los mejores de cada especialidad. Lo tengo muy idealizado. P. ¿Se ha sentido criticado por sus colegas? R. Quizá sí. O más ignorado que criticado oficialmente. Eso no me ha inhibido. Jamás he pedido una beca, y en un momento decidí no presentarme a concursos. Eso me ha dado una autonomía total, hasta el punto de poder decir que me da igual si la Diputación [de Álava] me pone una obra en el nuevo museo o no. Por supuesto que estaría contento si la pone, pero si me ignoran no me afectaría ni artística ni económicamente. P. Prefiere ver sus obras en la calle más que en museos. R. Sí. Me gustaría tener obras en museos, pero ante todo quiero que las vea la gente. Mis esculturas están pensadas para aguantar la intemperie, a los críos y a las palomas. Si me pregunta por el Guggenheim, en su momento me pareció correcto que se hiciera. Porque Bilbao necesitaba chulería. Con chulería, ingenio e ilusión la gente tira para adelante. Me encantaría si me propusieran colocar una escultura ahí. Porque sé que estaría visitada por gente.
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