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Excusas

FÉLIX BAYÓN Sólo un adúltero pillado en el acto -y nunca mejor dicho- puede proporcionar excusas más tontas que las que suelen dar los responsables políticos y administrativos después de una tragedia. Hay una extensísima antología que muestra cómo, para defenderse, los administradores cogidos en falta son capaces de encontrar fórmulas mucho más imaginativas que la tradicional: ese balbuceante "esto no es lo que parece" que en estos casos suelen esgrimir los adúlteros. En esta extensísima antología de exculpaciones y pretextos destaca lo dicho por el consejero de Industria y Trabajo de la Junta después del desastre ecológico de Doñana. Con gran aplomo, el consejero afirmó que todo se había hecho según los reglamentos. Aquella parecía una insuperable muestra de mentalidad burocrática: en el fondo el consejero no hacía más que quejarse de que los desastres ecológicos se manifestaran sin tener en cuenta los reglamentos. No pensaba que quizá lo más lógico es que fuesen los autores y los custodios de los reglamentos los que debían velar para que éstos sirviesen para prever las catástrofes. La brillantísima excusa del consejero de Industria creó escuela y ayudará, durante bastante tiempo, a recordar el paso de Guillermo Gutiérrez por el Gobierno andaluz. No cabe duda. Meses después, los responsables del Ayuntamiento de Sevilla han seguido la misma fórmula a la hora de señalar responsabilidades por la caída del muro que el último día del año acabó con la vida de cinco personas. Estos asuntos nada tienen que ver con las ideologías. Izquierdas y derechas se excusan con el mismo desparpajo cuando están en el poder y piden responsabilidades con idéntica vehemencia cuando están en la oposición. En ello nada tiene que ver el pensamiento único, la muerte de la historia ni el fin de las ideologías. Es tan solo un innoble producto de la condición humana. Las explicaciones dadas por el concejal de Urbanismo del Ayuntamiento sevillano, Mariano Pérez de Ayala, y los propietarios del solar en el que estaba la tapia caída han servido para dejar claro una cosa: que todos los papeles estaban en regla y que sólo la terquedad con la que los hechos tratan de llevar la contraria a los burócratas es la culpable del desastre. Es una pena que la jerga técnico-administrativa con la que se suelen despachar estos asuntos impida excusas más directas y simples, como decir que "estaba de Dios" que la dichosa pared se tenía que desplomar, o echarle las culpas al influjo de la luna. También se podía mencionar la responsabilidad en los hechos de la ley de la gravedad, que se empeña en no respetar los reglamentos. Esta explicación serviría además para provocar un florido debate que elucidase cuál de las dos normas tiene mayor rango y, por tanto, ha de imponerse sobre la otra: si la ley de la gravedad o los reglamentos municipales. En esta controversia cabría aún una tercera vía, la de aquellos que, como el sargento chusquero del chiste, consideraran que no existe tal ley de la Física y que las cosas caen por su propio peso, lo que de algún modo es el argumento, chorreante de fatalismo, que sirve de base a las excusas que técnicos y políticos suelen expresar después de una tragedia.

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