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Cadáveres en los cimientos

El pasado sábado, este periódico hacía público un artículo escrito por Rafael Vera desde la prisión de Guadalajara días antes de salir de la cárcel gracias al indulto parcial concedido por el Gobierno del PP a los condenados por su implicación en el secuestro de Segundo Marey, primera de las acciones de los GAL. En su artículo, Vera se lamentaba del linchamiento a que estaba siendo sometido y hacía balance de sus años en el Ministerio del Interior. ¿Balance? Quien haya podido leer el citado artículo no encontrará nada que se parezca a un balance. Yo esperaba que Vera nos contara lo que sabe de los GAL y lo que piensa de sus acciones. Que nos diga quiénes cree que pudieron ser los autores de una veintena larga de asesinatos en menos de cuatro años y qué responsabilidad tiene el Gobierno en los mismos -por acción o por omisión-. En este sentido, el artículo es decepcionante. En ningún momento se refiere a las actuaciones de los GAL durante el largo período en que ocupó una alta responsabilidad ni aclara cuál fue su actuación al respecto. Tan sólo reconoce, "como no podía ser de otra manera, algunos errores, por acción u omisión", en su comportamiento, errores que no concreta y que, en su opinión, de ninguna manera justifican su juicio y posterior encarcelamiento. Eso sí, a falta de balance hay ajuste de cuentas. En su nota acusa Vera a quienes hoy le critican de hacerlo "desde la comodidad, política y social, de un país democrático en pleno funcionamiento" (es decir, de no tener en cuenta el contexto de aquellos años), ajenos a las dificultades que entrañó el proceso de asentar la democracia en España; además, considera la situación actual como el resultado de la labor realizada, entre otros, por él mismo desde el Ministerio del Interior y reivindica, "con contundencia y ante cualquier audiencia, la parte que me corresponde en la construcción de los cimientos de esta ingente obra". Es interesante esa referencia arquitectónica. Rafael Vera, condenado por el Tribunal Supremo -no lo olvidemos- por su implicación en un secuestro reivindicado por los GAL y, por lo tanto, sospechoso de implicación en el resto de acciones reivindicadas por este grupo terrorista reivindica su papel en la construcción de los cimientos de la democracia española. Según parece, profundizar en los cimientos de nuestra época supone siempre dar con el cadáver de algún asesinado. Los nobles feudales emparedaban a sus adversarios entre los gruesos muros de sus castillos. Los gánsteres de Chicago recurrían al cemento para deshacerse de sus adversarios. Al menos 16 familias de Irlanda del Norte lloran a familiares asesinados sin saber dónde pueden estar enterrados sus cadáveres. Todo indica que dos de ellos, Brian McKinney y John McClory, fueron asesinados en 1978 por haber participado en el robo de una máquina de cigarrillos instalada en un club de Belfast frecuentado por activistas del IRA. Según han podido saber sus madres tras años de empecinada búsqueda y de superar la omertá republicana que intentaba disuadirlas de continuar con sus pesquisas, los cuerpos de Brian y de John fueron enterrados en un solar sobre el que hoy se alza un bloque de viviendas. En Atapuerca se han descubierto los restos humanos más antiguos de Europa, con una antigüedad calculada en 780.000 años. Algunos de los huesos fósiles muestran señales que han llevado a los paleoantropólogos a pensar que nuestros antepasados practicaron el canibalismo. El edificio en el que hoy habitamos asienta sus raíces sobre cadáveres. Basta con excavar ligeramente en los sedimentos para dar con sus restos. En los orígenes de Europa, en los solares de Belfast, en la democracia española: los cadáveres cimientan nuestro presente. Algunos, además, hipotecan nuestro futuro. Desenterrémoslos de una vez, aunque el edificio se tambalee.

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