Fronteras
A un lado y al otro de la frontera de la lógica se discute en Jerez la necesidad de borrarle para siempre el apellido a la ciudad. Un debate de cráneos privilegiados que, si no fuera porque su denominación de origen está tan bien definida, estaríamos tentados a creer que nace de un hervor intelectual de la escuela de pensamiento de Poli Díaz. Al fin y al cabo, esa es la cuestión: trazar a piñazos a la historia, noquearla con golpes bajos y reescribirla, con la tinta más bastarda que en comercio se encuentre, a la luz mortecina de los nuevos iluminados. Ese duelo de absurdos se viene discutiendo en Jerez desde hace días. A la cabeza de la manifestación brilla, por obvias razones, la de su alcalde Pedro Pacheco, al que le oigo argumentar que Jerez no tiene fronteras y que para fronteras las que los propios jerezanos sean capaces de marcarse en su proyecto de construir el gran Jerez. Al parecer es fundamental para la construcción del gran Jerez eliminar su frontera histórica. No lo es, en cambio, suprimir sus lastres sociológicos con los que el poder se las ha apañado para convivir estrechamente y besarse la boca tras los bocoyes de las bodegas. Es más fácil terminar con la historia que construir el presente. Y en una ciudad que adora los apellidos y donde un caballo puede llegar a estar más considerado que un vecino cuarterón del barrio de Santiago, supongo que hay debates ciudadanos más honrados que dilucidar que el que nos propone Pacheco. Desconozco qué historia nos pesa más para hacer el gran Jerez que propone Pacheco: si la de los más de 700 años que se ganó su apellido fronterizo o la que esa alcaldía se ha propuesto. Una historia tan larga como la de Jerez no hay que mirarla con los prismáticos del revés, para distorsionar su visión y empequeñecerla. Así sólo ve la historia los ojos conjuntivíticos del peor nacionalismo, capaz de hacerlo todo más pequeño para engrandecer su presencia. Las fronteras que Jerez debe suprimir de su propia denominación de origen no son, precisamente, aquellas con las que marcó su entrada en la historia de España y de Andalucía. Pacheco sabe muy bien que, a fin de cuentas, este debate ciudadano no es más que una inocentada política para entretenernos en días tan aburridos como los que vivimos.
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