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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Los orfanatos rusos

Escribo esta carta a propósito del artículo publicado el día 17 de diciembre con el titular Decenas de miles de niños sufren malos tratos y abusos sexuales en los orfanatos de Rusia. Tuve la suerte de visitar todo un conjunto de "casas de niños" (así llaman en Rusia a los centros de acogida) en febrero de este mismo año y mi impresión fue ciertamente otra. Encontré centros en los que había una patente preocupación por el desarrollo de los menores que educaban, tal y como puede deducirse de todo un conjunto de medidas bien pensadas. Niños y niñas vivían en "familias": pequeños grupos que disponían de unos espacios propios, como pequeños apartamentos, con cuidadores estables que estaban con ellos todo el día, ayudándoles a levantarse, a completar las tareas escolares, comiendo con ellos o acunándoles cuando tenían miedo. Niños y niñas acudían a los centros educativos y lúdicos de la zona, tenían su propia ropa y sus propios juguetes, tenían libros y discos que usaban y cuidaban. Las miradas infantiles no mienten, y las que yo vi eran de niños y niñas espontáneamente felices: reían, bailaban, cantaban, tocaban instrumentos musicales e incluso hacían periódicos o aprendían castellano con los compañeros que habían venido a España en acogimiento familiar en vacaciones. A pesar de los 15º bajo cero que hacía fuera, las casas de niños eran cálidas no sólo porque funcionaba la calefacción, sino porque se les quería.Ciertamente, la crisis económica era patente también allí: en invierno comían las conservas de los vegetales que las propias educadoras habían cultivado en verano; los juguetes con frecuencia eran de madera o trapo, hechos por ellos mismos; los propios niños se lavaban la ropa, ordenaban y limpiaban sus "apartamentos" y hacían los objetos para su decoración. No vi a un solo niño con síntomas de desnutrición, maltrato o abandono, ni en los centros de niños sanos ni en los de paralíticos cerebrales, que también visité. Sus educadores cobran, como el resto de los rusos de a pie, sueldos de miseria que apenas alcanzan para vivir, pero llevan la precariedad con una dignidad encomiable y sin restar un ápice de dedicación.

Estoy dolorosamente convencida de que el artículo probablemente no mienta al relatar la crudeza de la situación de los niños más indefensos en algunos centros de Moscú. Ya contaba Vicente Verdú, en su magnífico informe sobre Rusia, que Moscú vive una realidad más terrible y de mayor degradación social que el resto del país. Puedo asegurarle que al menos en Chelyabinsk, la provincia al este de los Urales que visité, se conserva lo mejor de un país que tenía en la educación uno de sus pilares fundamentales. Estoy orgullosa de presidir una asociación que está colaborando con ese país para dar a sus niños lo único que allí hoy no pueden aportarles: el cariño incondicional y permanente de una familia.- Presidente de PROA. .

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