150 policías desalojan por sorpresa a 18 "okupas" de El Laboratorio de Lavapiés
Una orden de desalojo firmada por el titular del Juzgado de Instrucción número 46 de Madrid acabó ayer con el que había sido el principal centro okupa de Madrid en los últimos 10 años. La Veterinaria (Embajadores,68), un enorme edificio público abandonado desde 1994 y que el movimiento okupa convirtió desde abril de 1997 en el centro social autogestionado El Laboratorio, sucumbió ayer a la piqueta municipal, que actuó tras la intervención por sorpresa de la policía.Sobre las nueve de la mañana, un golpe seco en la puerta de La Veterinaria acabó con los sueños de una de las parejas que dormían en su interior. La llegada de la policía, unos 150 agentes, cogió a los okupas desprevenidos. Quizá por ello, las 18 personas que en la mañana de ayer se encontraban en el interior de este inmueble del barrio de Lavapiés no se resistieron. Sólo uno fue detenido, al tratarse de un insumiso en busca y captura.
El resto quedó en libertad y en mitad de la calle, a la espera de recoger sus pertenencias antes de que un camión las transportase hasta los depósitos de la Casa de la Villa. "Sólo nos han dado tiempo de recoger algo de ropa", se quejaban los desalojados, preocupados por el destino de una cocina industrial, los ordenadores de su área telemática y un buen equipo de música que utilizan en los conciertos.
Las excavadoras del Ayuntamiento, que esperaban la salida de los jóvenes para empezar los trabajos de demolición, encendieron sus motores cuando la policía puso las primeras vallas que impedían la vuelta de los okupas al edificio. Las máquinas desplomaron a golpes el edificio de 10.000 metros cuadrados. Durante toda la mañana, un grupo formado por unos cincuenta jóvenes permaneció en el lugar de forma pacífica hasta las 14.30, cuando varios cogieron una escalera para subir a una de las azoteas del inmueble. Pronto fueron rodeados por los agentes antidisturbios, que les echaron a porrazos. "Dos chicos han tenido que ir al hospital por una brecha en la cabeza y un dedo roto", explicaban los jóvenes. En el incidente, que duró poco tiempo, fue detenido uno de los concentrados, acusado de resistencia a la autoridad. PASA A LA PÁGINA 3
Los "okupas" denuncian que les han expulsado mucho antes de que Urbanismo inicie la reforma
VIENE DE LA PÁGINA 1El edificio oficial, que durante años estuvo ocupado por el Instituto Nacional de Investigaciones Agrarias (INIA) -de ahí sus sobrenombres de La Veterinaria y El Laboratorio-, se encuentra a escasos metros de la glorieta de Embajadores. Su mole, más de 10.000 metros cuadrados de planta, ha sido expropiada por el Ayuntamiento de Madrid para construir sobre él un parque. Pero los okupas desconfían: "Lo que van a construir es un parking, no un parque", decían ayer.
"Nos han echado cuando todavía van a pasar muchos meses antes de que las máquinas empiecen a trabajar en el solar que ocupábamos y sin tener un proyecto definido, sino sólo ideas generales de lo que van a hacer", señalaban los jóvenes.
Los okupas y los diputados regionales de IU que les apoyan acusan al Ayuntamiento de faltar a su palabra. "Se comprometieron a estudiar las alternativas que les presentamos para poder trazar su proyecto y mantener a la vez parte del centro, pero la respuesta ha sido mandarnos a la policía", denunciaron.
Tras la marcha de los okupas, el edificio fue tomado por la comisión judicial que vigiló el desalojo. Una representante de Patrimonio del Estado, organismo propietario de la edificación, se escandalizó al entrar. "¡Cómo está todo! ¡No hay ni una sola puerta! Hace poco más de año, no faltaba ni un ladrillo, y ahora...", se quejaba la funcionaria, sin tener en cuenta que las excavadoras municipales esperaban en la calle para derribarlo todo, soslayando si había o no puertas.
El Laboratorio es un edificio de cuatro plantas, cuya estructura se asemeja a la de un gran colegio. Todas sus paredes exteriores estaban repletas de pintadas con proclamas contra el servicio militar, la ultraderecha o los poderes económicos. Entre pintada y pintada se descubrían carteles mecanografiados que ofrecían cursos de danza y yoga, clases de teatro y talleres de electrónica. Se recordaba también la apertura de un comedor popular, donde se podía calmar el hambre por "200 o 300 pelas".
Otros pasquines reivindicaban la puesta en libertad, en euskera y castellano, para los presos vascos. Incluso una -también escrita en estas dos lenguas- dejaba claro que no era lo mismo ligar que acosar.
Para el interior, los integrantes del movimiento okupa utilizaron una decoración más política. Textos de Proudhom y Marx habían sido escritos sobre las paredes. Junto a ellos, otros carteles recordaban que no había que molestar al vecindario, "porque todos somos vecinos", y que era recomendable "usar las papeleras".
El centro, según sus okupantes, contaba con sala de cine -en realidad, un salón con escasos sillones viejos que la comisión judicial no se atrevía a llevarse-, talleres de mecánica -una habitación llena de llaves, tornillos y cajas metálicas-, sala de teatro, centro de informática -una sala con varios ordenadores donde se elaboraba una página web propia-, comedor y dependencias para diversos usos educativos.
Había diversos dormitorios; algunos, muy acondicionados: Uno de ellos, por ejemplo, estaba amueblado con una cama de matrimonio, una mesilla repleta de sonrientes fotografías de pareja, grandes peluches, diversos recuerdos personales y un sofá.
Otro de los okupas prefirió llenar su habitación con libros. Cien años de soledad, Comandos autónomos o El Estado y el inconsciente ocupaban una parte de la improvisada librería, construida con viejas tablas. Otras dependencias estaban cubiertas por centenares de discos, casetes, equipos de música, televisores y vídeos.
Todas las pertenencias fueron acumuladas sin ningún orden a la puerta del edificio. "Esto, más que un desalojo, se va a convertir en un alzamiento de bienes", señaló un integrante de la comisión judicial ante el gran número de objetos que empezaban a descubrirse. Los desalojados se quejaron entonces de que nadie les dejaba recoger sus enseres y que todos acabarían arrumbados en los almacenes municipales, donde nunca podrían recuperarlos.
En una de las terrazas del edificio, los ayer desalojados habían instalado una cocina comunal. Un gran cartel anunciaba que aquellos que no fregasen sus respectivos cacharros se arriesgaban a que éstos fuesen destruidos a partir del día 7 de noviembre.
El sistema para llevar el agua hasta la pila consistía en una manguera unida a un depósito de agua situado más alto. A las once de la mañana de ayer, no había ni un solo plato en el pilón, señal inequívoca de que alguien había fregado todo la noche anterior o de que cumplían a rajatabla las amenazas de destruir lo que no estuviera limpio cada día.
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